A mi madre…
Dulce flor entre inviernos, que llegas para quitar mis fríos y convertirlos en dulces sueños en vida; me has dado tanto que no sé cómo podría regresar ni un poco de todo lo que tú me diste, te miro tan diferente a como tú te ves en el espejo.
Para mí siempre has sido la más hermosa y sé que todos dicen eso, pero a mí me encantan tus caireles negros tus ojos cafés y tu piel mulata; mientras tu vez a una mujer vieja, yo veo a una mujer sabia que siempre me dio lo mejor, aunque de vez en cuando se quebrara.
Hemos pasado juntas tantas cosas, reído y llorado tanto, imaginado y esperado tanto; has sido una inspiración de lo que espero ser algún día, aunque creas que no te veo así; me has curado cuando estaba rota y ni siquiera me has pasado factura. Recuerdo los días en vela en el hospital cuestionándote si estaba bien, a mi lado, siempre vigilando por mi bien. Las discusiones y las palabras sabias que han salido de tu boca, eres la mancha de tinta más hermosa y a la que más gusto me da escribirle.
Recuerdo tus enseñanzas y tus desesperaciones, eres aquello que jamás pedí, pero me alegro tanto de haberte conocido. Gracias madre por las sonrisas y los llantos, pero sobre todo:
Gracias por ser esa parte de mi vida que jamás cambiaría por nada.