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Sociedad

Publicado en agosto 3rd, 2015 | by Jorge Rodríguez

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A nosotros: Los peces de esta ciudad

En ocasiones detesto la ciudad, en especial cuando reparo en todas las cosas que en ella se viven, la constante competencia por utilizar servicios públicos, el ritmo de vida tan acelerado al cual estamos sometidos, la intensa actividad laboral, la terrible rutina, el poco tiempo e interés que dedicamos o mostramos a los quehaceres culturales, o bien a los espacios naturales que nos rodean.

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Sin embargo, siempre hay pequeños rincones de la ciudad a los cuales podemos huir para tener momentos de tranquilidad, reflexión y ¿por qué no? momentos para cuestionarnos acerca de nuestro papel como ciudadanos.

Hace algunas semanas en algún concierto del señor Joaquín Sabina, se interpretó la canción “Peces de Ciudad”, he de admitir que a partir de ese momento no he parado de prestar atención a los acontecimientos que tienen lugar en mi ciudad, y cómo es que yo me desenvuelvo dentro de mi rol con mis vecinos de urbe.

En esta ocasión, estimado lector, te presento un breve poema, que es resultado de estas constantes especulaciones que hago acerca de la metrópoli donde habito, completando dicho poema con algunos versos del antes mencionado cantautor español.

Altos edificios,
extraños beneficios,
largas filas de coches,
y un chat lleno reproches.

Estrechos callejones,
con prejuicios y sermones,
extensas avenidas,
y la soledad en las comidas.

Bicicletas, autos y camiones,
tripulados por bribones,
productos de precios excesivos,
demandados por clientes agresivos.

En los bares, las botellas de tequila,
narran los sueños del trabajador de la maquila,
mientras en los parques desolados,
a civiles les disparan los soldados.

Bebiendo vino, muy solo en la cocina,
me pregunto, al igual que el buen Sabina…
¿Cómo huir?
cuando no quedan islas para naufragar.

Al país donde los sabios,
se retiran del agravio,
de buscar labios,
que sacan de quicio.

Al país donde los sabios,
van para evitar,
las mentiras que ganan juicios,
tan sumarios que envilecen,
el cristal de los acuarios,
de los peces de ciudad.

Esos que mordieron el anzuelo,
que bucean a ras del suelo,
que no merecen nadar.

Mismos que perdieron las agallas,
en un banco de morralla,
en una playa sin mar.

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