Al hombre que rompió mi corazón y nunca podré odiar
Desde que te conocí, me han sobrado los motivos para odiarte, pero por alguna razón nunca lo he logrado, aunque en verdad me gustaría poder hacerlo… Siento que esa es la única forma posible de olvidarte, de olvidar tu amor.
Nos conocimos hace 3 años, tú, eras el típico hombre brillante y exitoso, esa clase de hombre que me hacía desear superarme; y yo, bueno yo sólo era tu empleada, la más sencilla, la última en todo, la que perdía la razón al verte pasar, la que se volvía loca de amor cuando la saludabas de beso en la mejilla, pensando que no había mejor manera de comenzar largas jornadas laborales. Siempre estuve enamorada de ti, desde el primer día en que te vi pasar y pude notar tu admirable sencillez, la forma en que nos mirabas a todos tus empleados por igual… Quién iba a pensar que en la intimidad la historia seria completamente diferente.
Aún recuerdo esa vez en la que me di cuenta de que tú también te sentías atraído por mí, nos encontramos en uno de los pasillos y me saludaste con tu típico beso en la mejilla, pero al no haber espectadores ese beso ascendió un poco hacia mis labios, recuerdo que a partir de ese momento hacia todo lo posible por encontrarte a solas en los pasillos, y vaya que la suerte me sonrió en ese aspecto. Porque en menos de diez, días habíamos pasado de besar nuestras mejillas a besar tímidamente nuestros labios… Aunque en ese momento aún no lo sabía, ya estaba completamente enamorada de ti y aún era muy pronto para darme cuenta de que tú nunca lo estarías de mí.
Y por fin el esperado momento llegó, me pediste mi teléfono y me invitaste a salir; por supuesto acepté encantada y al terminar nuestra jornada laboral nos dirigimos a tu auto. Recuerdo que me preguntaste a dónde quería ir, como si hubiese una lista enorme de lugares a los cuales ir con un hombre casado, me decidí por un café, pero por supuesto esa no era la mejor opción, así que decidiste el camino y me llevaste a un motel. La verdad nunca había estado en uno y temí que notaras mi inexperiencia, tu prácticamente me doblabas la edad y yo no quería decepcionarte…
Junté todo mi valor y entré a la habitación… A partir de ese momento mi vida cambio por completo, ya no había vuelta atrás, por primera vez en todo el tiempo que llevaba de conocerte, te sentí mío, pude besarte sin miedo a ser descubiertos, sin miedo a ser interrumpidos, sin miedo al: qué dirán… Simplemente sin miedo.
Aún después de esa primera salida, tuvieron que pasar muchas otras antes de que yo decidiera entregar mi cuerpo a ti, y cuando al fin lo hicimos, fue la experiencia más maravillosa de mi vida, fuiste tan dulce y atento y no me arrepentí ni un solo momento de mi decisión, incluso ahora cuando todo a terminado y has destrozado mis ilusiones, no me arrepiento. He crecido de esa manera, con la firme idea de no arrepentirme de las cosas que en su momento me hicieron feliz, aunque ahora sea la mujer más desdichada del mundo. Y tú lo hiciste, sin duda alguna me hiciste muy feliz todos esos años.
Siempre entendí cuál era mi lugar en tu vida, sólo la otra, la segunda, la que siempre estaba ahí para ti cuando tú estabas muy cansado de ser el esposo ideal, y el perfecto padre de familia…
Nunca pedí nada, ni dinero ni regalos, y aunque nunca me los ofreciste, si lo hubieras hecho no los habría aceptado, porque yo te quería a ti, a mi hermoso hombre brillante que me daba la motivación para seguir superándome en mi profesión y quizás algún día estar a tu altura; y aunque tardé en reconocerlo, también quería estar a la altura de tu esposa, de esa mujer que siempre vi tan superior a mí; nunca pedí nada, nada que no fuera tiempo, tiempo que cada vez me dedicabas menos, nunca te pedí otra cosa que no fuera una llamada, un mensaje, una muestra de interés que me diera a entender que en el fondo de tu ocupada vida, de tu ocupada agenda, había un pequeño lugar para mí… Para la otra.
Las llamadas comenzaron a desaparecer y los mensajes a ser más lejanos, pero no tan lejanos como nuestros momentos juntos, pasamos de vernos cada semana, a sólo vernos una vez cada tres meses; intenté pedirte más tiempo, pero tu respuesta siempre fue la misma: “no me gusta que me reclames”, así que esa era tu respuesta y yo terminaba aceptando que eras un hombre ocupado, un hombre casado que me daba todo el tiempo que tenía. Aunque en realidad, era el tiempo que le sobraba, porque con el tiempo entendí que todo el tiempo que tenías era para tu esposa. Y por alguna razón me conformaba con eso, lo poquito que me dabas, me hacía tan feliz y esa felicidad me duro exactamente tres años.
Ahora todo ha terminado, y ahora lo he terminado yo, porque probablemente tú lo terminaste hace mucho, cuando las llamadas comenzaron a desaparecer; esa fue mi primer señal, debí aceptarlo y quizás ahora no estaría sufriendo, llorándote por las noches y anhelando que las cosas fueran diferentes… Ojalá algún día leas esto y te des cuenta de cuánto es que te amé, de todo lo que soporté y de lo poco que te pedí, lo poco con lo que me conformé.
Le di tres años de mi vida a un hombre que sólo me dio migajas de la suya, a un hombre que a pesar de todo, sigue teniendo un enorme lugar en mi corazón; al hombre que me destrozó el corazón, y que nunca podré odiar.
Ojalá algún día leas esto y te des cuenta que tienes mi amor incondicional… SIEMPRE.