Cuando decidiste marcharte
Aún me recuerdo mirando el celular esperando a que escribieras o llamaras. Recuerdo estar esperando a que volvieras, pero no lo hiciste. Decidiste marcharte en silencio dejándome cruelmente en el limbo de esta maldita incertidumbre.
Te largaste despiadádamente sin importarte nada, un día simplemente desapareciste. No entendía qué había hecho mal, no sabía qué había pasado para que decidieras irte así. Mi cabeza estaba hecha un nudo y mi corazón no dejaba de latir, fuerte, como si se fuese a salir de mi pecho; mi estomago estaba revuelto, iba a vomitar de la ansiedad. Traté de calmarme, de buscar una razón por la que no respondías mis llamadas. Tal vez habías tenido un accidente y alguien más estaba en línea desde tu celular tratando de avisar a tus familiares, pero en el fondo sabía que no estaba equivocada, te habías ido, definitivamente te habías ido y no ibas a volver.
Mi mundo se fue de cabeza, todos mis deseos y planes se habían ido contigo y ya no importaba nada, estaba sola. Te fuiste egoístamente sin preguntarme si yo quería que te marcharas, decidiste esto solo y yo tuve que aceptarlo, tuve que aprender a vivir con tu ausencia.
Lloraba día y noche rogándole a Dios me diera la fuerza necesaria para sobrevivir un día más, suplicándole que me ayudara a olvidarte, a tratar de ser valiente y sonreírle al mundo… pero cada noche volvía a mi infierno. Rezaba al cielo para que estuvieras bien, para que no me olvidaras, pero al mismo tiempo imploraba poder olvidarme de ti.
Todos los días salía a la calle con la esperanza de encontrarte, de verte pasar por algún lado e imaginaba nuestro encuentro, te imaginaba cayendo a mis brazos pidiéndome que te perdonara. Quería escucharte decir que te habías equivocado, que querías estar conmigo… pero pasó el tiempo, días, meses y eso jamás sucedió y poco a poco fui saliendo hacia adelante.
Había días en los que tu recuerdo no me pesaba, pero había otros que me martirizaban de nuevo. El día que decidiste marcharte, acabaste con mis sueños, me rompiste el corazón en mil pedazos, pero también me hiciste saber cuán fuerte puedo ser, porque aun sintiendo que me flaqueaban las piernas y que mi corazón sangraba, pude salir adelante.
Supe que era fuerte, entendí por fin cuando dicen que “lo que no te mata, te hace más fuerte”, lo supe el día que apareciste de nuevo por esa puerta y en mi teléfono de nuevo aparecía tu nombre con mensajes de texto.