Cuando ya no se puede…
Te lo juro, ya no puedo. Por más que quiero. Por más que recuerde ese meloso amor que te tenía y las horas infinitas de besos eternos. Perdóname, pero yo, ya no puedo. Tú lo sabes, en su momento yo te llené de los más dulces atardeceres y las más enamoradas primaveras, ahí, en ese pasado donde tú, no te percataste de que yo estaba a tu lado.
Yo te quise. Como quiero la vida, la mañana, las estrellas y mis sueños. A veces pienso que te quise mucho más y que podría pasar mis horas tratando de explicártelo pero no lo entenderías… Porque es algo tan grande, tan inmenso, que no tiene cabida en mi propia mente. Me sorprende. Me intriga. ¿Cómo es que mi ser pudo haber amado de tal forma, con tal profundidad?
Yo pensaba que antes ya me había enamorado o había sentido algo parecido… Pero llegaste a mis días y descontrolaste todo pensamiento y emoción posible que pensaba que ya había tenido, que ya había vivido. ¿y sabes? No me importó. A pesar de que sabía el riesgo que podía tener volver a entregar mis insomnios, mi atención, mi tiempo, ese, que ya no recuperaré nunca, no me importó. Yo quería amarte, quería sentir más del exquisito amor que me estabas despertando poco a poquito, yo quería dártelo. Devolvértelo en pedacitos, cuidadosamente, totalmente.
Es lógico. Yo creí que el sentimiento era mutuo. Bien dicen que en un amor siempre hay un amante que quiere más y en esta ocasión, para bien o para mal, fui yo. Continué dándote mi amor, arduamente. Tal como el primer día. A pesar de que mi corazón recibía golpecitos y punzadas al sentir esa indiferencia que con el paso del tiempo terminó dejándome seriamente lastimada. Yo seguí… Como el alce que siente la resignación de la bala y sigue. Sigue tratando de correr, de vivir.
Cuando el jardín de mi corazón se cansó de seguir viviendo sin agua, sin sol, ya no pudo más. Eso vivo que había dentro de mí, luchando por lograr alguna respuesta de su amado proveedor se fue marchitando, fue agonizando, fue muriendo. Y me dolía. Cada vez que caía un pétalo en el nombre de tu amor, dolía. Aquí dentro, algo se moría.
Ahora vienes, vuelves a las ruinas de un corazón abandonado, muerto. Donde sólo hay ramas secas y maleza de abandono crecida, con tu nombre en todas partes. Vienes y me dices que ahora sí. Que ahora sí quieres cuidarlo y regarlo en las mañanas y darle sol para que crezca. Ahora sí te interesa ver las flores que yo te había dado. Pero ¿sabes? Ya no puedo. Ya está la tierra infértil, de tantas veces que yo sola traté de plantarle a la fuerza. Ya está muerta de tanto que le regué con aguas falsas, que yo me creaba estúpidamente.
Yo, ya no puedo… Y no tengo yo la culpa, sino tu amor, ese, que me destruyó la vida del corazón.