El Café…
La visita a Philips era cada tercer día a las 20:30 horas en punto después de una larga jornada en la oficina postal, sin decir una palabra, el joven camarero de veinticinco años servía la taza perfecta con las dos cargas de café justas a mi paladar desde hace tres años.
Ese día a diferencia del resto de mis cincuenta años lo hacía particularmente especial debido a una llamada cargada de gran tristeza recibida a las 15:00 horas, aproximadamente, por Lucy mi esposa, una bella mujer pelirroja de piel tersa a sus cincuenta años. ¿Qué puedo decir que treinta años de una vida con ella no pudieran describir ya? ¿peleas? Sí, las comunes a las que yo llamaría desacuerdos solamente. ¿Amor? Sí, el suficiente para llegar al año treinta. ¿Respeto? Siempre, elementos necesarios entre otros detalles que si bien no son necesarios mencionar, sí nos llevaron al gran número treinta, número que por cierto olvidé- sí lo sé, es horrible un error de semejante naturaleza- pero no por falta de amor o descuido cualquiera, fue por un café.
Durante la llamada, Lucy no paraba de respirar profundamente, como si un fantasma estuviera abrazándola, -¿por qué? ¿por qué? – repetía una y otra vez mientras su voz se cansaba en cada descarga de aliento yo solo escuchaba esperando la estocada final, hasta que un suspiro vencido exhaló un -lo sé- y cargando ambos pulmones de un aire forzado terminó la dolorosa frase –sé que tienes tres años saliendo con el joven del café y te pido te marches de la casa por el amor que aún quede entre nosotros– yo, no pude conectar frases, ideas, palabras que ayudaran a justificar o mentir. Solo logré decir un -lo siento- y es que de verdad lo sentía, porque nunca tuve la claridad de lo que comenzó a suceder hasta que no pude detenerlo y solo convino ocultarlo.
Hoy sentado frente a mis hijos en el lugar donde ocurrió todo y mientras John les sirve café con nervios apurados, noto en ellos el asombro en sus pupilas dilatadas, un poco por el efecto de la cafeína y otro tanto por comentarme que esa en realidad, no era noticia para ellos pues hacia un año lo sabían y prefirieron callar al saber la decisión de Lucy, de esperar a que recapacitara. Lentamente observé la escena, mi escena. Situación emocionalmente caótica que quiera o no, con destellos maquiavélicos, di vida.
Recuerdo a Lucy llorar días y noches sin descifrar mi nombre en cada lágrima de decepción y deshonestidad y entiendo el gran amor que le tengo a ella y a mis hijos, por supuesto, pero al detener la mirada en John y encajar en sus congruentes pupilas enamoradas y unidas a un cuerpo alterado,