El chico que sólo fue palabras
Pensar que pudimos serlo todo pero nunca fuimos nada. Todo se quedó en letras, en palabras, en charlas frente a un monitor. Mensajes de texto temprano por la mañana deseándonos un lindo día y nuestras pláticas profundas por las noches, hasta que nos daba la madrugada. Pero sólo eso fuimos, palabras y nada más.
Llegaste a conocerme mejor que los que me rodeaban, sabías que estaba desmoronándome. Te conté mi historia, mis debilidades y fortalezas. Me contaste tus secretos, tus planes de vida, esos que guardabas tan profundo y que nunca nadie llegó a conocer. Eras solitario, amante de la noche y de lo desconocido, eras raro, sí, lo acepto, pero fue esa rareza, ese enigma, esa magia que hay en ti lo que me atraía como imán.
Imaginamos y planeamos varios encuentros que jamás se concretaron. Un día el problema eras tú, al siguiente el problema era yo.
Nos conformábamos con escuchar nuestras voces por teléfono, la frase “te quiero” se convirtió en nuestra despedida habitual. Y en verdad nos gustábamos y en verdad nos queríamos y sin pensarlo comenzamos a enamorarnos, así, como dos adolescentes que buscan pareja en Internet.
Sabíamos que no éramos falsos, nuestras fotos, lo que decíamos, lo que sentíamos, todo era tan real. Tu imagen y actitud de chico rudo, rebelde, que no le importan las reglas, que odia las mentiras y la hipocresía, pero que a la vez es tierno con los animales. En cambio yo, una niña frágil y buena que sigue las reglas al pie de la letra, eras para mí como una aventura loca de amor, de esas que sólo se ven en las películas.
Pero los meses pasaron y nuestro encuentro seguía sin fecha exacta, sólo había planes, los hacíamos y a la mera hora se cancelaban, como siempre, sólo palabras.
Nuestra “relación” (si así podía llamarle) se fue enfriando, las conversaciones seguían, pero el sentimiento se estaba colapsando. Y un día sin pensarlo, leí algo que no debía y fue cuando entendí que el final de esta historia había llegado desde días antes y yo ni siquiera me había enterado.
Tu respuesta fue “Sí, llevo unos días saliendo con ella”. No me quedo más que agradecer tu total sinceridad, pues si algo siempre te caracterizó fue eso, hablarme con la verdad por muy dura que fuera.
Te deseé lo mejor, aunque en el fondo anhelé estar en el lugar de ella, haber podido probar al menos el sabor de uno de tus besos. No tenía nada que reclamar, lo sabía perfectamente, pues nunca fuimos nada, no hubo etiquetas ni formalidades, sólo palabras, simple y sencillamente palabras.
Ese día te perdí y dolió por un momento, pero después comprendí que nunca fue así, pues no puedes perder algo que nunca tuviste.