El día que todo acabó
El día que todo acabó fue como otros precedentes, salió el sol a la misma hora, los ruidos de los vecinos que se alistaban para el trabajo y la escuela fueron semejantes a los de todos los días de la semana, no recuerdo que un asteroide se acercara a la Tierra, tampoco que los pájaros hayan dejado de cantar esa mañana. Ese día fue el punto final de una historia de muchos años.
Pero mirando en retrospectiva me percato que «el día» nefasto fue mucho antes; fue cuando las miradas se volvieron unilaterales, cuando dejamos de darnos los buenos días y vernos a la cara provocaba una sensación de hastío, cuando los planes a futuro se convirtieron en quimeras, cuando la confianza se fue diluyendo y lejos de ser amigos parecíamos enemigos.
Las risas profesadas pasaron a ser llantos silenciosos, las palabras de consuelo y camaradería se convirtieron en lenguaje histérico, los «detalles» en una obligación en las fechas que marcaba el calendario, las visitas familiares en algo ordinario y sin sentido, sí, era el tiempo en que las excusas le ganaban al deseo, fue cuando comencé a cuestionarme si me amabas, si había futuro para mí a tu lado o ya no tenía cabida en tu vida, aquellos lazos que nos unían en un principio comenzaron a estrangularte, la incertidumbre del porvenir hacía más ruido que el vivir en el presente y perdí al compañero y gané a un extraño… sí, ese día, «comenzó» todo.
Me percato -y ya no me da miedo- que no fue el día, sino la acumulación de muchas noches lo que desencadenó un final inevitable. Un final construido por un sinnúmero de días que se fueron repitiendo hasta que llegó el momento de cerrar el ciclo. Me han cuestionado en varias ocasiones: ¿Cuánto tiempo hace que la relación se acabó? Y yo erróneamente les he contestado que «tantos» meses atrás, pero siendo honesta conmigo misma debería decir…hace unos cuántos años dejamos de ser uno para volver de nueva cuenta a ser dos.