El sonido de la soledad
Amanece, despierto entre sueños con el sonido de los carros en la calle sabiendo que ella se fue. Siempre me pregunto a esta hora, ¿por qué eligió una ciudad diferente a la mía? Nos separan más de 300 kilómetros y el sabor de la última despedida.
Las flores que compré hace 3 meses se marchitan en mi mesa y aún no he tenido el valor de tirarlas. Me quedo mirando el techo, buscando respuestas en esa mancha que cambia de color a medida que sube la luz.
Entonces, borro todo de mi mente y como un robot me levanto y empiezo a vivir. Intento que mi día cambie, hago entonces todas aquellas cosas que no solía hacer mientras estábamos juntos, enciendo la música mientras me cambio, dibujo una sonrisa en mi rostro y me propongo tener el mejor de los días, busco las llaves de la casa y todo se derrumba.
La realidad me escupe a la cara su ausencia, algo tan sencillo como ver sus llaves me devuelve a mi mísera existencia, ella se ha ido, y la música de fondo no puede reemplazar el eco de sus palabras cuando me deseaba «que tu día sea genial, amor».
Salgo perturbado de la casa, triste, desconcertado, en la noche volverán a acecharme los fantasmas, pero por ahora, el sol me protege.