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Historias

Publicado en mayo 2nd, 2015 | by Edel Lopez Olan

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Historia entre padre e hijo… Te conmoverá

Al doblar tu ropa, esa mañana de domingo, las cosas se salían de lo normal…

Mis ojos observan lo que me espera; y mi alma se detiene a cada momento que doy. El sol radiante entra en la habitación golpeando las pocas cosas que quedan en ella; yo, sigo observando todo lo que hay sobre la cama. Medito. Es increíble que este punto en tu vida haya llegado tan rápido; tan fugaz; tan inquietante.

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Una sonrisa al fondo del pasillo. De inmediato observo esa pequeña sonrisa de pie en medio del umbral de la puerta. Tus tintineantes ojos me observan como siempre lo hicieron. Sonrío. Tu pequeño ser se acerca corriendo a mí y me extiende los brazos como todas esas ocasiones en que llegaba tarde la de la oficina, donde tú y tu hermana esperaban impacientes mi llegada y alegraban mi día con su energía, tan felices, tan de ustedes. Al tocar mi rodilla el piso, desapareces y me quedo esperando ese abrazo; esa hermosa sensación.

Al reaccionar, me percato que el piso es tan frío como agobiante y es lo único que queda entre tu recuerdo y yo. Lentamente vuelvo la vista hacía la cama. Esa maleta, mensajera de mi futuro me espera con la boca abierta deseosa de entregarle los últimos resquicios de mis recuerdos.

Lentamente comienzo a retomar mi actividad. Aún recuerdo el día que te regale está camisa azul. Lentamente doblo las mangas esperando encontrar en esa velocidad una respuesta a lo que sucede.

— ¿Papá? — escucho una delicada voz en la puerta de nuevo.

Sí. Ahí estabas tú; con el primer balón que te regale; tu mirada cristalina y un enorme corte en la rodilla derecha son el reflejo de lo que provocó esa situación.

Recuerdo esa tarde; llovía copiosamente sobre todos los espectadores de una de las finales más interesantes que he presenciado. Tú corriendo, el portero frente a ti mientras el terreno hizo su labor al acelerar el balón más de la cuenta. Observo tu rodilla. Recuerdo que me abrazaste desconsolado más por la derrota que por el golpe. Estabas frustrado, completamente indefenso ante tus sentimientos. Recuerdo que te abracé e intenté reconfortar con mis fuerzas tu corazón pero no fue posible, no tuve esa fuerza.

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De pronto me di cuenta que me encontraba observando al vacío. Las carcajadas en el piso de abajo me sacaron de concentración. Ustedes reían, mientras yo de nuevo observo las últimas prendas que hay sobre la cama; cerca de tu maleta; cerca de tu partida.

Lentamente fui doblando toda tu ropa, mientras las imágenes de cada uno de tus momentos a mi lado me golpean la cabeza de forma criminal.

Terminé…

Mi corazón late de forma exponencial mientras mi mente sigue divagando. Agotado, pero no por el trabajo físico, sino por mi corazón que ya no puede más. Me siento en la orilla de la cama y trato de encontrar un poco de paciencia en ese momento entre tu maleta y yo. Mi ojos se pierden en el piso.

¿Papá? — dice una voz gruesa, tranquila, suave.

De inmediato me levanto y doy media vuelta hacía ti. Ahí estabas tú, ahora un hombre a punto de partir de mi casa, de mi vida, de mis brazos. Lentamente caminas hacia mi con una confusión por delante. Mis ojos rojos; mi voz entrecortada, los sonidos con mi nariz son el indicativo de que por fin tu maleta está terminada.

— ¡Listo, hijo! — te digo mientras sigues caminando hacía mi; mientras yo apunto esa maleta traidora.

Detienes tu camino. Tu cuerpo, ahora ya más alto que el mío se acerca lentamente rodeando con tus brazos mi cuello. Tus manos delicadas se han convertido en dos enormes y grandes palmas, mientras tus brazos que tanto cure de raspones y moretones, ahora aprietan mi cuello. Tu respiración se pierde detrás de mi cabeza, mientras yo abrazo tu cintura. Lentamente te separas de mi mientras tomas con tus dos manos mi rostro. Silenciosos, nuestros ojos se pierden mutuamente mientras ese silencio propio de nuestro género habla más que mil palabras. Tus labios apuntan a mi frente, y mientras aprietas tu rostro contra el mío, mi corazón se estruja al saber que ya no podré escuchar tu voz por la casa, o tu música por las noches, o a ti y tus amigos celebrar un gol.

Te vas a cambiar tu mundo, a luchar por tus ideales, a intentar cambiar tu entorno.

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Así, en silencio, tomas tu maleta y pones tu ahora enorme mano en mi hombro dándole dos pequeños apretones. Caminas lentamente hacía la puerta, mientras todas tus etapas pasan frente a mi. El gateo incesante, tus primeros pasos, tu primera cita, tu primer amor, ahora, tu enorme y maduro cuerpo avanza con la luz del sol en contra de él provocando una enorme sombra; así, una sombra tan enorme como tú, tan enorme como eres.

Hoy, al doblar tu ropa me di cuenta que desde ese momento que te tuve entre mis brazos no estaba preparado para verte partir.

Las ruedas de tu maleta se detienen. Levantas tu rostro y respiras profundo tratando de contener algo en tu pecho. Al girar, algo en tus ojos brilla como un cristal, algo que se ha detenido ahí mientras me observas a la distancia.

— ¿Vienes? — me dices con una sonrisa en tus labios.

Una sonrisa de complicidad te es devuelta como parte de este inquietante ritual; la misión está cumplida, es el momento de dejar el nido y debo ser tan fuerte como tu; tan fuerte como yo no lo puedo ser. Lentamente llego hasta ti y tu… simplemente… vuelves a abrazarme.

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— ¡Te amo, papá! — me dices antes de besar otra vez mi frente

Con lágrimas en los ojos observo esos hermosos ojos y sin respuesta nos perdimos un escalón a la vez hacía este agridulce destino. Olvidaste tu maleta ahí, exactamente a la orilla de la escalera.— ¿Recuerdas a esa chica?….

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Tu voz se escucha junto a mí, mientras observo esa maleta perderse en ese piso, donde, me he dado cuenta, que te vas, pero siempre regresarás a mí… Te amo, hijo.

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Publicado por

Escritor. Columnista. Apasionado del cine, el fútbol, la lectura, los videojuegos y la lucha libre. Director de Permanencias Voluntarias. Locutor del programa de radio "Sin daños a terceros"



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