Existen personas que no deberían amar… Octava parte
Capítulo 7.
La mañana siguiente fue algo tranquila. Descartando el hecho de tener que levantar a Lisandro. Realmente tiene el sueño pesado. Pero es grato cuando se despierta y hace el desayuno.
Sonó el timbre.
-¡Álvaro!- Gritaste tan enérgicamente y me abrazaste al instante en que abrí la puerta.
–Valeria… Qué gusto me da verte – Correspondí a tu abrazó y posé mi mentón sobre tu cabello. En verdad eras muy pequeña.
Sentí tu respiración en mi pecho y la suave fuerza que aplicabas al agarrar mi espalda.
Miré tus bellos ojos azuleados, rebosantes de inocencia. Tan puros e ingenuos. Uní mis labios con los tuyos, esa sensación de temor al poder percibir algún sabor de ti por fin había desaparecido. No era más que un beso sin sentimiento. Frío y sin dulzura.
Tus mejillas rojas, sólo me subían de nivel. Cada insignificante detalle que te brindaba era como colgarte una cadena más, porque la correa ya la tenías.
-Te amo… Enserio te amo– Aún no logro trascender tus sentimientos. Pero a pesar de eso, es conveniente que los tengas.
–Oye Alva mira lo que…– Lisandro se detuvo, sorprendido fijó sus ojos en mí, me sonrió y miró amistosamente a Valeria.
–¿Quién es?– Preguntaste observando a Lisandro irónicamente.
–Ah… Él es un…–
–Rival para ti querida– Me interrumpió. Volteeé mi mirar hacia Lisandro. Él sólo sonrió tan abiertamente. Ese tipo no conoce la palabra vergüenza. Cerré mis ojos e inexpresivamente regresé a verte. Quiero aclarar algo, tu mirada perdida y vacía parece la de un psicópata.
–… Rival… ¿Qué debería hacer Álvaro?- Y lo que es peor, tus palabras con sonante frío dan escalofrió. –¡Álvaro es sólo mío!– Gritaste y me abrazaste muy infantilmente.
–¡Claro que no enana! Él es mío–
¿Cómo es posible que haya terminado en esa manera?, Lisandro abrazándome por la espalda y tú por el frente.
–¡Suéltale!–
–¡NO! Yo llevo más tiempo de conocerle… Déjalo tú.-
–¡Álvaro!– Chillaste como una niña.
-A él le gustan los altos, y tu cariño eres muy baja.-
-Lisandro… ¡VETE AL CARAJO!- Te abracé más fuerte quitando a Lisandro de mi espalda.
Él sólo carcajeó.
–Valeria él es un amigo de la infancia– Te dije tratando de que lo dejaras de ver con desprecio.
–Pero admite que deseabas una relación conmigo– Guiñó su ojo derecho. Sentí un hormigueo recorrer mi dorso. Era una sensación de miedo y asco. ¿Qué le ocurría? Ahora era más molesto que antes.
No dijiste nada. Permaneciste callada. Lo miraste unos segundos. Volviste tu mirar hacia mí.
Enojada caminaste hasta llegar y toparte con Lisandro. Mirando hacia arriba debido a tu estatura. Mantuviste tus cejas fruncidas. Lisandro te miró un poco sorprendido.
-Te gané, Álvaro es mío– aflojaste tu ceño y sonreíste brincando. Corriste hacía mí y me abrazaste.
Pude notar la cara de alivió de Lisandro. Pensé que te habías molestado, y al parecer, creo que él pensó lo mismo.
Su sonrisa volvió y se sentó en el sillón.
–Valeria Hoffman mucho gusto– Extendiste tu mano para poder estrecharla con la de Lisandro.
– Lisandro Riveil un placer– Los dos se regalaron una sonrisa tan agradable.
–Álvaro te traje esto– Me entregaste una bolsa blanca. Algo pesada. Con duda la tome.
–¿Qué es?– Pregunté dejándola en el comedor.
–Un regalo…– Sonreíste escondiendo tus manos. –Bueno me voy– saliste corriendo entre risillas, algo molestas.
Un poco preocupado y extrañado por tus acciones, le pregunté a Lisando. – ¿Qué crees que sea?–
–Bueno hay una carta aquí–
–¿Eh? ¿Qué carta?– No había notado que ese maldito había abierto la bolsa.
Él me dio la supuesta carta. La miré. Era tu letra.
“Álvaro… Bueno… No sé qué escribir, no se me da muy bien. Esto…quería disculparme contigo por mi actitud tan exagerada. Tú te disculpaste conmigo aunque no tuvieses la culpa de nada.
Fui una tonta. Otra vez dejé que me metieran ideas falsas en la cabeza. Pensé que ya no me amabas y que solamente estabas jugando conmigo. Quise ignorar mis pensamientos, pero al ver tu reacción hacia mis modos de afecto, comencé a creer que era cierto. Me entristecí tanto que salí corriendo como una inmadura. No podía detener mis pies. Quería volver a entrar a tu casa y abrazarte, pero estos malditos nervios y emociones que no me permitieron regresar.
Llegué a mi casa con un aspecto terrible. Traté de limpiar mis ojos húmedos e hinchados. Imposible el ocultarlos pues mi tía, Elena, los notó. Sorprendida y un poco preocupada me tomó de los hombros y me abrazó sutilmente.
-Ya pequeña, todo estará bien- Me consolaba como si ella supiese porque yo estaba llorando.
Mis lágrimas volvieron. Nunca había amado tanto como te amaba a ti. Todo esto que sentía era demasiado nuevo y pensé que no lo soportaría.
Me recosté en el sillón tratando de calmarme. Elena se sentó a mi lado, acariciando mi cabello.
-Oye Valeria, ¿sabes lo que me anima en ese estado? – No respondí a su pregunta y ella prosiguió. –Ir de compras, ven vamos- Me levantó y medio peinó mi cabello.
Pasamos por una gran plaza y un bello parque. Había una hermosa joven jugueteando con un cachorro, no despegue mi vista de ella. Parecía muy feliz. Tanto que me dio envidia.
Suspiré y antes de dejar de observarla, vi a un joven que se le acercó. Por un momento llegué a pensar que eras tú. Que tonto ¿No lo crees? Mi mente me traicionaba. La verdad me intrigué y quise quedarme un rato tratando de averiguar si eras tú. Pero dos jóvenes se interpusieron.
-Oh mira qué monada- Dijeron los dos.
Antes de poder moverme y observar mejor al tipo, mi tía me jaló del brazo.
-¡Mira! mira Valeria que lindo vestido.-
Dejé de pensar en ello y entré a la tienda con mi tía. Dejando atrás a aquella pareja. He de suponer que ellos dos eran pareja. Fue muy infantil pensar que eras tú.
Se parecía mucho a ti, claro solo de espaldas. Si hubiese visto su rostro hubiera quedado más tranquila. Pero me dije a mi misma que era imposible que me estuvieras engañando. Me auto regañé por mi desconfianza.
Al salir de la tienda. Recorrimos un largo pasillo de franquicias.
Elena me hizo esperar en frente de un establecimiento de helados. Yo había pensado que era restaurante. Con esas decoraciones tan lujosas.
Pude divisar a la misma chica desde la gran ventana. Estaba con aquel sujeto.
La chica dejó ver su sonrisa. Oh que hermosa era. Volví a sentir celos pero ahora de su belleza.
Ella tomó un poco de su helado y lo embarro en el rostro del chico. Se escuchó una pequeña risilla de ambos. Ojalá algún día podamos hacer los mismo Álvaro. Pensé.
Una sonrisa de melancolía surgió en mi rostro. Realmente quería verte y ser feliz como ellos se veían.
Mi tía regresó y me mostró una blusa verde agua. De manga larga y floja. Era para mí. Agradecí y le pedí que nos fuéramos. La escena de esa pareja me era dolorosa.
Regresamos a casa, ya era tarde. Quise llamarte pero al instante que me recosté en mi cama, me quedé dormida.
Al otro día traté de olvidar lo ocurrido, dispuesta a disculparme contigo. Así que hice todos los deberes de la casa
El tiempo pasó y yo por fin había terminado. Miré por la ventana. Oh dios, que tarde era. Rápidamente subí a mi cuarto y me metí a bañar.
El agua estaba helada así que me duche lo más rápido posible. Saliendo me di cuenta que no había alistado mi ropa.
Recordé entonces la blusa que me regalo mi tía. La tomé y me vestí con ella. Quería apurarme así que agarré un short de mezclilla y me lo puse.
Sequé mi cabello pues seguía escurriendo de agua. Bajé las escaleras corriendo. Mi tía me detuvo y me preguntó hacía dónde me dirigía.
Tardé un poco en contarle mi problema. Miré el reloj, ya era muy tarde. Me maldije. Realmente fui una tonta. No quise mandarte mensajes o llamarte, realmente quería disculparme contigo en persona.
Sentadas en las sillas del comedor. Escuché el timbre, Elena se levantó y fue a abrir la puerta.
-Pasa cariño, pasa, te estuvimos esperando- Me entré curiosidad de saber quién era. Era raro tener visitas…
-¿Quién es tía?- Miré hacia la puerta. No podía creerlo habías venido a mi casa. –Álvaro…-Sonreí a duras penas. Me sentí triste y a la vez un poco feliz de verte. Agaché mi mirada.
-Bueno jovencitos los dejo- Mi tía se alejó rumbo a la cocina, dejándonos solos. Al volver a mirarte noté tu apariencia. Parecía que habías dormido en la calle y que un perro te hubiese mordido.
-¡Oh Álvaro!, ¿qué te ha pasado? –corrí hacia ti y te tomé del hombro. Recordé entonces cuando me empujaste, temerosa te solté.- eh… perdón- Volví a agachar mi mirada. -¿Estas bien?- pregunté.
-Claro…pequeñas complicaciones- Respondiste. Me alegré que estuvieses bien. Intenté hablar pero fui callada por el contacto de tus manos con las mías. Te acercaste a mi rostro y besaste mi mejilla.
-Perdóname fui un tonto- Susurraste, sentí un hormigueo recorrer mi cuerpo. –Sólo mírame, soy un desastre, sin ti me perdería fácilmente- Me abrasaste. Sentí mi corazón latir.
-Álvaro- Te abracé, realmente te amo. Sentí el impulso de llorar y así lo hice. Estaba feliz.
Tomaste mi rostro y me besaste, fue un tierno beso que creo una chispa de emoción dentro de mí. Me diste un sutil beso en la frente y volviste a abrazarme.
Platicamos sobre el problema. Quería disculparme pero no pude. Nunca surgieron las palabras adecuadas. El único que se disculpó fuiste tú.
Me sentí tan mal de nuevo, por haber dudado de ti aquella tarde que vi a esa joven con el chico. Sin embargo no pude disculparme en persona. Sé que no podre mirarte y decir lo siento, por eso te escribo, para pedir disculpas por mi acción tan dramática y por la desconfianza que tuve. Sé que me amas, no me ha quedado duda de eso, gracias Álvaro por hacerme tan feliz. Te amo.
P.D. Te horneé un pay de limón, mi tía me enseñó a preparalos espero y te guste.”
Sonreí terminado de leer tu tan graciosa carta. La arrugué y deposité en el bote de basura. -Lisandro… ¿Gustas una rebanada de pay?– Sonreí…