Existen personas que no deberían amar… Parte 13
Capítulo 12.
-Llevas más de una hora escondida tras la pared.-
Emilie dejó ver unos tiernos ojos y lentamente se acercó a mí, sentándose a mi lado.
-Lo siento. ¿Estás bien?- Preguntó con su delicada voz.
-Sí. ¿Por qué?-
-No lo sé, estaba preocupada, subiste solo a la terraza.- No respondí, dejé de observarla y contemplé el hermoso cielo de esa tarde, donde los rayos del sol bañan a las nubes en un punto medio después de una tormenta.
-Parece hecho de vainilla-
Emilie sonrió y miró el cielo.
-Sí- Permanecimos en silencio. -Álvaro… ¿Qué se siente amar?- Preguntó abrazando sus piernas en posición fetal.
-¿De qué hablas?- Me sorprendí por su pregunta un tanto desconcertante.
-¿Duele?-
-Bueno… Yo te amo y duele mucho. Siempre me preocupo por ti.- Contesté.
-Lo siento…- Abrazó más fuerte sus rodillas. Toqué su mano para tranquilizarla.
-No es tu culpa de que yo te ame, soy feliz de poder tenerte a mi lado-
Ella volvió a sonreír.
-Yo también te amo, e igual me duele verte triste Álvaro.- Su voz se fue haciendo más melancólica. –… ¿el amor es sólo dolor?-
-Quizá sólo es que algunos no deberían poder amar-
-Eso es cruel.- agregó.
-Puede… Yo tengo miedo de perderte. No quiero que te vayas de mi lado, no quiero perder lo que amo.-
Ella tomó mi mano y murmuró.
-Está bien… Siempre estaré aquí contigo. Nada me pasará.- En mi mente apareció la imagen de aquella mujer.
De nuevo la amargura invadió mi garganta.
-Mientes-
Me levanté en seco y dejé a Emilie sentada sin decir más.
¿Por qué…? ¿Por qué ella usó las mismas palabras que mi madre prometió?
El amor, la felicidad, la calidez, la dulzura, las promesas… Son sólo pensamientos.
Una promesa no vale nada. Son sólo mentiras. Nunca se cumplen.
“-Álvaro, ¿qué haces?-
-Oh… estoy dibujando.- Ella se acercó hacia mi dibujo y me regaló una bella sonrisa.
-Qué talentoso eres Álvaro, ¿quién es?-
Me sorprendió su pregunta, pensé que reconocería el rostro.
-Mamá, eres tú.- Respondí un poco disgustado.
-Vaya… me alagas, el retrato es muy hermoso, aunque yo no tengo ojos verdes cariño.-
-Lo sé… pero te gusta el color verde.-
-Sí, es más, confieso que me gustaría tenerlos de ese color.-
-Es por eso que los coloreé de esa manera mamá-
-Ya veo, sin embargo no puedes cambiar lo que soy cielo.-
-Hay personas que cambian su cuerpo, ¿por qué tú no deberías?- Pregunté coloreando el cabello del dibujo.
-Bueno, existen límites. Somos humanos y siempre estaremos disgustados por todo. Aun así, no cambiaría estos ojos, ellos presenciaron tu llegada.-
-Qué ridículo suena mamá-
Ella carcajeó.
-Tienes razón, pero, para mí es algo que no quiero olvidar. No sabes lo feliz que me sentí en aquel momento.-
-Toma- Le entregué mi dibujo y recogí mis lápices de colores. Ella lo tomó y se fue mirando el dibujo sin dejar de sonreír.
Subí a mi habitación. Me tumbé en la cama, abrazando mi estuche de colores. Observé las paredes, adornadas con mis dibujos. Mis amigos. Los únicos.
¿Qué habrá más allá de estos muros? ¿Habrá niños que jueguen con la tierra? ¿Qué trepen arboles? ¿Corran aun sabiendo el peligro de caer? ¿Alguien a quien pueda llamar amigo?
Miré el calendario.
-Hoy es martes- Caminé hacia la ventana para poder esperar al coche gris que no tardaría en regresar.
Lo único que podía ver era un enorme patio y a Sebastián, un hombre extranjero que poseía un acento extraño. Creo que provenía de Cuba. Él se encargaba del cuidado del jardín. Una vez conversé con él. Me había contado que de pequeño escapó de su casa para poder tener una vida mejor.
Pasaron un par de minutos, cerca de la calle principal iban corriendo dos canes, parecía que estuvieran jugando. A lo lejos, noté a un Labrador, mirándolos, igual que yo -con nostalgia y un poco de celos.- El labrador se encontraba encadenado hacia un poste y mientras yo, encerrado en un cuarto de concreto.
No tardó mucho para que el automóvil por fin llegara. Bajó un hombre de traje, al cual mi madre me obligaba decirle padre. Él tenía ojos verdes, quizás mi madre por eso amaba el color verde.
Yo no odiaba a mi padre. Sólo odiaba el hecho de no permitirme ir a un colegio donde hubiese niños.
Bajé corriendo las escaleras. Corrí rumbo al vestíbulo. Mi padre sólo venía los martes, jueves y sábados. Para mamá era importante recibirlo formalmente.
Mi padre entró con esa sonrisa falsa, igual que él.
-Estoy de regreso cariño- Abrazó a mi mamá.
-Bienvenido amor.-
-¿Cómo estás Álvaro?- Preguntó revolviendo mi cabello.
-Muy bien padre- Contesté apartando su mano.
-Bien, ¿qué tal lo cursos de piano?-
-Ya no voy a los cursos papá- Él ni siquiera estaba al pendiente de mí como para saber eso.
-¿Por qué motivos?- Preguntó en tono serio mirando a mi mamá.
-El educador dijo que Álvaro no necesitaba más cursos. Aprendió muy rápido.-
-Oh ya entiendo, grandioso Álvaro, haces honor a tu apellido- Él me tocó de ambos hombros y me sonrió.
-Gracias- No me importaba un alago de ese hombre. Pero mientras mi madre fuese feliz, lo soportaría.
-Por cierto cariño, te preparé tu platillo favorito.- Exclamó
-¿De verdad? Fernanda eres la mejor esposa que este hombre podría tener, te amo.- Besó a mi mamá.
¿Cómo puede actuar de esa manera?
Las cartas y fotos de su cajón decían lo contrario a lo que ahora decía. Al parecer él también amaba a una tal Sarah.
Papá y Mamá habían discutido ese día sobre ella. Él prometió no volver a tener encuentros con ella. Pero… yo no le creo…
La cena fue algo aburrida. Papá hablaba de una manera bastante hogareña. De vez en cuando unas cuantas carcajadas se compartían.
-Álvaro ¿qué ocurre estas muy callado?- Preguntó mi padre.
-Rafael, quizá sea por lo mismo…-
Agaché mi cabeza. De nuevo el sermón.
-Álvaro ¿Sigues pensando en eso? Ya te he dicho mil veces que mi hijo no compartirá su sabiduría con otros niños. Por eso es que me la paso trabajando tanto tiempo. Para poder pagarte lo mejor. –
-Lo sé…-
-Entonces ¿por qué diantres sigues pensando en lo mismo?-Preguntó con un tono intimidante.
-Quiero correr como ellos…-Susurré
-¿Qué? No te escuché.- Subió el tono de su voz. Mamá sólo permaneció callada.
-Quiero correr como ellos…- Aumenté un poco mi voz – quiero jugar como ellos…-Qué más daba el decírselo- ¡QUIERO SER LIBRE COMO ELLOS!- Me levanté de la mesa y salí corriendo directo a la salida.
-¡Álvaro!- Escuché el gritó de mi mamá.
A punto de tocar la acera lejos de la cerca de ladrillos de mi casa, una ligera sensación de adrenalina se apoderó de mí. Podría llamarla felicidad.
Corrí recto, reía por el simple hecho de tener la brisa en mi cara. Respiré apresuradamente. Quería que este aire hiciera explotar mis pulmones. De mis ojos salieron abundantes y gruesas lágrimas. Una gran sonrisa se dibujó en mi rostro.
Me acosté en el pasto. No tenía idea de donde me encontraba. Pero no me importaba, no quería regresar. El olor de la hierba mojada me era placentero. La luna nunca había sido tan grande y resplandeciente.
Me quedé contemplando la hermosa cara de la noche.
Escuché el tirón de una cadena, seguido de varios ladridos. Me incorporé y busqué el proveniente de esos sonidos.
No muy lejos de mí, pude divisar al mismo Labrador tirando de su cadena. Ladraba hacia mi dirección. Su brusquedad hizo que la cadena oxidada se reventara.
El gran can avanzó presurosamente de manera amenazadora. Me levanté lo más rápido posible y comencé a correr.
Estuve a punto de rendirme y dejar pasar lo que tenía que pasar. Mis pies por fin se habían agotado.
Nunca nadie dijo que no habría consecuencias.
-¡Fuera! ¡Largo de aquí!- Una joven de unos 14 años comenzó a tirar pedradas al animal.
El sabueso retrocedió gruñendo. Ella me tomó de la mano y salimos corriendo. ¿Quién era? Muchas gracias papá por no permitirme conocer a mis vecinos. Pensé.
Abrió presurosa la puerta de su casa y rápidamente nos adentramos a ella seguido de cerrarla.
-Eso estuvo cerca- Dijo agitada.
Al estar cerca de la luz pude observarla mejor. Era muy hermosa. Sus ojos grandes color miel hicieron que me sonrojara.
-¿Estás bien?- Preguntó acercándose hacia mí y revisando todo mi cuerpo.
-S…sí.-Desvié mi mirada y tartamudeé al responder.
-Joder qué susto nos han sacado- Se sentó en una silla y me invitó hacer lo mismo.
-Gracias-
-Ni lo menciones- Ella sonrió tan ampliamente. –Nunca te había visto por estos rumbos. ¿Te has perdido?-
-No lo sé- Caminé hacia la ventana. Mi casa se podía ver a unas cuantas calles- Creo que no. Ese es mi hogar.-
-Aguarda, ¿te apellidas Crowley?- Preguntó bastante sorprendida.
-Sí ¿Conoces a mis padres?-
-¿Bromeas? Ellos son los que siempre donan dinero para el mantenimiento del parque- Supuse que ella hacía referencia a mi madre. Cada jueves ella depositaba cierta cantidad en el buzón. De mi padre no lo creería, de seguro mamá utilizaba su apellido. –No sabía que los Crowley tenían un hijo. Un placer mi nombre es Isabel Ackermell. Puedes llamarme Isa si lo prefieres.-
-El placer es mío Isa. Mi nombre es Álvaro Crowley.- Estrechamos manos.
-¿Y qué hacías solo? Ya es un poco tarde ¿no lo crees?-
-Sí, tienes razón creo que sería mejor regresar.- Caminé en dirección a la puerta principal. Isa me detuvo cuando estaba punto de girar el pomo.
-Espera, te acompañaré.-
Acompañado se podía contemplar mejor el camino ya recorrido. Isa nombró a todos los vecinos e historias. Lo que me agradaba de ella, era su tan ardua sonrisa y las risas que me brindaba. Sus problemas menores de su colegio y una locura de alguna amiga.
Yo escuchaba atentamente. Por mi parte no había mucho que decir. Sólo que soy un prófugo que escapó de una cárcel disfrazada de hogar.
-¿Así que tocas el piano? ¡Eso es grandioso! Yo intenté aprender, pero fue un desastre. –Dijo en puchero.
-Yo puedo enseñarte- Necesitaba una excusa para poder seguir viendo a aquella chica y se había presentado la oportunidad.
-¿En serio? ¡Gracias, me encantaría!-
Continuamos platicando, o mejor dicho, ella continuó su charla hasta llegar a la entrada.
Mi madre me recibió.
-Oh Álvaro estaba tan preocupada- Me abrazó fuertemente, por un segundo pensé que iba a llorar. Lo siento mamá.
-Mamá ella es Isa, Isabel Ackermell- Presenté a mi compañera.
-Un placer Isabel, mi nombre es Fernanda, madre de Álvaro- Su sonrisa me tranquilizó.
-¿Y mi padre?- Pregunté al notar que no había señales de él.
-En su estudio- Respondió agachando la mirada. Lo cual me dio a entender que habían discutido.
-Ya veo, ¿madre podría enseñarle clases de piano a Isa?-
-Por supuesto mi amor. Si ella lo desea, por mi está bien- Invitó a pasar a Isa y platicamos otro rato más, jugamos viejos juegos de mesa que mi madre guardaba en un cajón. Isa pronto se tenía que ir. Pero no importaba, ya que mañana vendría por su primera clase de piano y lo mejor sería que mi padre no estaría.
El teléfono sonó y mamá se paró a atender la llamada.
Isabel y yo continuamos platicando, me sentía feliz, quizás no era un amigo, pero era una persona, una real y no una de pintada en un papel.
Pude escuchar el flasheo de una cámara, mamá había tomado una foto justo en el momento en que Isa y yo reíamos a causa de recordar la persecución del gran labrador.
Al fin tenía un recuerdo.
Mamá despidió a Isa gentilmente, ella prometió volver mañana.
Subí a mi recamara y mi madre subió tras mío. Me arropó con las delgadas mantas de mi cama. Ella siempre me contaba un cuento.
-Existió una vez un pequeño escorpión que mataba muchos bichos aún más pequeños que él y se los comía para sobrevivir. Un día llegó una comadreja e intentó atraparlo de un par de zarpazos, pero el escorpión corrió y corrió con todas sus fuerzas para no terminar muerto. En medio de su veloz escape, no vio con cuidado lo que tenía al frente y cayó en un pozo profundísimo y lleno de agua. Al ver que jamás iba a lograr salir de allí y que su ahogo era inminente, se puso a orar. Entre llantos y lamentos decía que se había dado cuenta de lo egoísta que había sido. Había pasado toda su vida matando otros animalillos para sobrevivir, pero ahora era él la víctima y ni siquiera había servido de alimento a la comadreja. Iba a dejar el mundo sin prestarle algún servicio, su muerte sería en vano, al igual que su vida. Entonces le pidió a Dios que no dejara que eso ocurriera, que permitiera que su cuerpo sirviera para el bien y la felicidad de todos. El escorpión empezó a arder en llamas y brilló con un rojo tenue, iluminando el cielo nocturno para todo el mundo…-
-Quisiera que mi cuerpo brillara como el escorpión- Agregué.
-Yo también lo quisiera…- Dijo mi mamá sosteniendo su pecho y con una sonrisa triste.
-Mamá, ¿siempre estaremos juntos? Yo no quiero perderte…-
– Sí…Nunca te dejaré solo. Siempre estaré aquí contigo. Nada me pasará – Respondió sonriendo dulcemente…
Sus palabras se irían en la mañana.
-Rafael ¿no crees que esto es demasiado?-
-¡Por supuesto que no! Álvaro debe aprender a obedecerme. Tú tienes la culpa al meterle ideas tan estúpidas en su cerebro. No permitiré que mi hijo sea un completo inútil- Dijo mi padre arrancando cada uno de mis dibujos de la pared.
Permanecí callado viendo como cada uno de mis amigos eran destruidos en cientos de pedazos. La mirada de mi mamá parecía disculparse conmigo por no hacer nada.
Papá tomó todos mis libros que mamá me leía y los amontonó en una caja.
-¡Verónica!- Gritó a una de las mucamas de la casa.
-Dígame señor- Apareció frente a la entrada de mi habitación.
-Dile a Sebastián que queme toda esta porquería de libros. Estúpidos escritores liberalistas. Lo único que saben hacer es perturbar la mente de los niños. Imbéciles.- Tomó la caja y se la entregó a Verónica.
-Enseguida señor- Ella dio media vuelta y se retiró.
-Álvaro, sólo quiero lo mejor para ti.- Mi padre me tomó de los hombros y se agachó a mi altura. Se fue dejándonos solo mi mamá y yo.
-Álvaro, mi pequeño lo siento- Me abrazó sutilmente.
-Estoy bien…- Le dije con voz temblorosa. Me zafé de su abrazo y comencé a recoger cada trozo de papel regado.
-Cariño, los podemos pegar si quieres-
-No, puedo volver a hacerlos.- Mamá me miró con tristeza y se dispuso a ayudarme.
A corta distancia, cerca de la salida estaba un sobre tirado. Debió haberse caído del saco de mi papá.
Lo levanté y se lo entregué a mi madre. Ella lo observó un momento, se cubrió la boca con su mano derecha, su semblante cambió sorpresivamente y sus ojos comenzaron a tornarse rojos y acuosos.
Presurosa abrió la carta y comenzó a leerla, de su mejilla resbalaron gruesas lágrimas.
-Álvaro enseguida vuelvo, no salgas de tu habitación ¿entendiste?- Mi mamá salió del cuarto y cerró la puerta.
Yo continué limpiando la recamara.
-¡Esto es el colmo Rafael! No puedo creerlo de verdad no puedo… ¡¿Cuándo pensabas decírmelo?!- Escuché el gritó de mi madre. -¡Dijiste que no volvería a suceder, me lo prometiste! ¿Cómo…cómo es posible que ahora esto?- La voz de mamá se oía aún más quebrada.
-Sarah…- Pensé.
-Fernanda eso fue hace años-
-¿¡Por qué no me dijiste que esta mujer y tú…-
-Shh… calla o escuchara Álvaro- Interrumpió mi padre.
-No puede ser Rafael, tenemos que decirle-
-¿Para qué?-
-¿Cómo que para qué? ¡Tiene que darse cuenta que clase de hombre es su padre!
-Con lo bien que lo tienes educado dejaría de obedecerme- Dijo con sarcasmo.
-No puedo creerlo, ¿qué edad tiene?-
-No necesitas saberlo son mis asuntos.-
-Es por eso que te largas ¿no? Vas con la otra…
Escuché un golpe seco, un slap, sonido proveniente de una cachetada.
-¡Te prohíbo que le llames así! –
-¿¡Y cómo quieres que le llame si eso es lo que es!?
-Maldita sea… olvídalo yo me largo de aquí.-
-¿A dónde vas?…- Se escuchó la puerta abrirse de un azote.- Rafael… ¡Rafael!… ¡RAFAEL!- Mamá comenzó a gritar con voz aguda intercalada con llanto.
Bajé con pasos delicados las gradas de las escaleras, y ahí la encontré, de rodillas con las manos en la cara frente a la puerta abierta.
-¿Estás bien?- Me agaché a su porte e intenté quitar sus manos delicadamente. Su hermoso rostro estaba cubierto de lágrimas abundantes.
Sollozante me abrazó, sentí sus cálidas lágrimas en mi hombro. Su aire agitado comenzó a rebotar en mi cuello.
-¿Por qué lloras?-Pregunté acariciando su cabello marrón.
No respondió, continuó llorando toda la tarde, por un momento pensé que se deshidrataría.
Verónica separó de mi hombro a mi madre y se fue con ella a su habitación Una última lágrima cayó en mi mejilla, la intenté limpiar con mi dedo índice.
Qué hermosa era, tan transparente, tan cristalina y pura. Lentamente resbalo en todo mi dedo hasta desaparecer.
[Ding Dong]
Sonó el timbre de la casa.
Era la primera vez que yo abría la puerta para recibir a alguien.
-¿Quién es?- Pregunté antes de girar la perilla.
-Álvaro, soy Isa, ¿todavía está en pie la oferta del piano?- Resonó su tierna voz.
-Isa… adelante- Le invité a pasar. No podía creerlo, había vuelto. Ella volvió. Sin duda alguna mi corazón había quedado cautivado por tan pequeño gesto.
Llevé a Isabel hacia el gran piano para poder enseñarle lo básico.
Aprendió muy rápido en cifrado americano, ¿qué era lo que ella decía que se le dificultaba?
Comprendía cada una de mis instrucciones. Curioso le pregunté. -¿Por qué no aprendiste con tu otro maestro?-
-Bueno, es sencillo de responder. Era constantemente acosada por él.-Dijo temblorosa.
Guardé silencio y continuamos con las lecciones. Ella era un excelente aprendiz. No había ninguna dificultad a la hora de enseñarle.
Verónica nos sirvió la cena, mamá no bajó en ningún momento. Me preocupé bastante, pero la palmada de Verónica y su dulce sonrisa calmaron mis ansias.
Isa se despidió luego de degustar los alimentos. Haciendo la misma promesa, volver.
Una vez se hubiese marchado, subí a mi habitación, no sin antes cerciorarme de que mi madre estuviese mejor.
Abrí un poco la puerta y miré como ella se encontraba tumbada en la cama, abrazando fuertemente la almohada de mi padre.
Agaché decepcionado la mirada y volví a cerrar la puerta.
Delicadamente me recosté en mi cama, pensando en lo sucedido. El amor hace que perdamos la cordura, de eso no me quedaba duda.
A punto de conciliar el sueño, un ruido me puso en alerta. Me levanté presuroso y salí de mi cuarto descalzo. Desde el pasillo, noté como mi madre aventaba cuadros hacia el piso haciendo que estos se quebraran. Verónica y Sebastián intentaban calmarla, pero les era muy difícil.
-Oh… Joven Álvaro regrese a su habitación, no se preocupe ella estará bien- Dijo gentilmente Verónica.
Asentí con la cabeza y volví a adentrarme a mi alcoba. Con las sabanas me arropé de pies a cabeza, rogando que la luz del día apareciera pronto.
Las noches se repitieron de la misma manera durante dos meses, mi padre no regresaba, mamá continuaba arrojando cuadros y rompiendo fotografías. Isa llegaba en las tardes, que era la hora de dormir de mi madre, así que nunca se dio cuenta de la depresión de mi mamá.
Una mañana, bajé a tomar el desayuno como era costumbre. Un ligero aroma de rosas y lirios se combinaron en mis fosas nasales.
Caminé rumbo al comedor y encima de la mesa se encontraba un hermoso arreglo floral de hermosos vivos colores. En una hoja de las múltiples rosas, colgaba una pequeña tarjeta.
-Para mí hermosa princesa.- Leí. Al lado del jarrón se encontraba una carta que yacía abierta. El remitente no era nada más ni nada menos que Rafael Crowley. –Verónica, ¿dónde está mi madre?- Pregunté un poco molesto.
-Están dando un paseo por el jardín. –Respondió exprimiendo una naranja.
-Ya veo-
-¿No le emociona que se hayan reconciliado?- Preguntó acercándome un vaso de jugo.
-No lo sé- Bebí el jugo casi de un sorbo. Verónica me acercó un plato de huevos fritos y comencé a comerlos.
No es que no me hiciera ilusión o emoción que mis padres volvieran a estar juntos, sólo que siempre se repetía que se había vuelto tan cotidiano. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo hacía que mamá volviese a perdonarlo?
No lo entiendo y espero nunca entenderlo… es muy cruel de su parte ser tan duro con mamá.
Papá entró abrazado de mi madre, cual pareja adolescente enamorada.
-Álvaro- Soltó a mi mamá para abrazarme y darme un beso en la frente. –Perdóname cariño, fue muy estúpido de mi parte, he mandado a Sebastián a la librería a comprar los libros que he quemado.-
-No tenías que hacerlo… Supongo que tienes razón, son sólo tonterías de críos-
-No Álvaro yo me equivoqué- Me tomó de ambas manos y me miró tristemente a los ojos.
Debió ser actor en lugar de empresario, creo que le quedaba mejor el papel. No quería seguir soportando sus patéticas actuaciones así que lo abracé.
-Oh mi pequeño Álvaro- Exclamó.
Mamá se unió a nuestro abrazo y comenzó a llorar riendo. Los sentimientos humanos son tan difíciles de comprender. Hace semanas ella gritaba maldiciendo y ahora le llenaba la mejilla de besos.
La mañana transcurrió tan diferente al ambiente al que estaba acostumbrado, papá sostuvo la mano de mi madre todo el tiempo que tardamos en almorzar.
Incluso hicimos oración por los alimentos.
-Álvaro, tu madre y yo saldremos a cenar con la familia Zimmerman-
Mis ojos se abrieron como platos, recordé entonces que mi padre mencionó a esa familia como unos importantes inversionistas de la empresa. Ahora tenía sentido el querer arreglar las cosas con mamá. Ella era su esposa y la necesitaba para que lo acompañara a esa importante comida.
Me pregunto si está bien el amar por quien no lo merece. Que tonta eres mamá. Pensé.
En la tarde, ambos se despidieron de mí. Mamá lo hizo dos veces. Su rostro parecía decir que no quería separarse de mí.
-Álvaro…-Me tomó de los hombros y se hincó a penas duras por su largo vestido. –No lo olvides, siempre juntos- Me abrazó dulcemente y besó mi mejilla.
Sentí un escalofrió recorrer el dorso de mi espalda. Vi el auto a lo lejos marcharse. Era mi oportunidad de volver a salir y disfrutar la brisa.
Caminé recorriendo las calles del vecindario cuando a lo lejos miré a un niño llorar sentado cerca del pequeño árbol seco y muerto. Me acerqué, sus lágrimas eran constantes. Agaché para verlo mejor. Él lo notó e intentó cubrir sus ojos.
-¿Por qué haces eso?- Pregunté calmadamente. –Las lágrimas son lindas- Intenté quitar sus manos.
-¡NO ME TOQUES!- Me gritó y me empujó. Caí agresivamente. No me dolió. Él me miró preocupado y asustado. –Lo…lo siento- Se calmó y volvió a sollozar.
-Descuida no me lastimé- Me levanté con un poco de dolor. Me senté a su lado y saqué un pañuelo blanco que Isa me había regalado. Limpié sus gruesas lágrimas.
-¿Tú también te burlarás?- Preguntó repentinamente.
Paré de limpiar sus ojos acuosos. Lo miré y sin mucha inexpresividad le aclaré. – ¿Burlarme? ¿Por qué? –
-He recibido risas y humillaciones por estar llorando.-
– Odio hacer prejuicios a primeras impresiones. Tus lágrimas tienen motivo, yo no soy quien para juzgarte- Sonreí para poder calmarlo. –Si quieres contarme para desahogarte adelante.
Él me vio. Pareciera que no esperaba esa respuesta. Había dejado de gemir.
-Mi perro ha muerto atropellado por mi vecino-
-Oh… Bueno yo nunca he tenido una mascota…
-¡No era una mascota!- Alzó la voz sobresaltando.-Era mi mejor amigo
-Disculpa…- Él volvió a llorar. Vaya que la estaba liando más.
Recordé entonces una pequeña caja de dulces que llevaba conmigo. La saqué y tomé un pequeño bombón; lo introduje en su boca, sus lágrimas dejaron de salir.
-Come- Le dije sacando más dulces y dándoselos. No sabía cómo consolarlo, así que utilice el método que Isa hacía conmigo.
Él escupió todas las golosinas. Me miró y comenzó a reír. -¿Qué haces? – Preguntó entre risas. Lo miré sorprendido. No espera tan repentino cambio de humor.
-Has dejado de llorar- Exclamé.
-Eso parece, gracias.- El niño se levantó y me alboroto mi cabello. Era alto. No lo había notado debido a que estaba sentado. –Me tengo que ir, volvamos a vernos.-
-Claro, cuídate-
Él se fue corriendo. Olvidé preguntar su nombre. Es una pena. Pensé que por fin haría un amigo.
Mis pensamientos se desvanecieron en cuanto llego Isa de manera agitada.
-¡Álvaro, oh pobre Álvaro!- Se hincó y me abrazó – Siento lo de tus padres, pero descuida pequeño yo te cuidaré- No entendí de que estaba hablando. ¿Qué había ocurrido con mis padres?
No lo entendí hasta que pasamos cerca del accidente.
Toqué mi mejilla donde mi madre me regaló su último beso. ¿Por qué no cumplió su promesa?
>>Siempre juntos<<
Isa sostuvo mi mano de camino a la funeraria. Entré con ella, subí unas escaleras que parecían infinitas.
Los dos ataúdes adornados con cientos de flores blancas. Mamá las odiaba, ella odiaba esas flores, decía que le desagradaban porque no tenían color, no se podría apreciar la vida en ellas. Que eran sólo simples flores blancas aburridas. Lo mismo pensaba yo. Las odiaba.
-¿Él es su hijo?; Pobre criatura; Es muy pequeño; mejor así, no lo entenderá- Escuché murmuras de varias personas, todas desconocidas para mí.
Un profundo sentimiento brotó de mi pecho. Lo odiaba, odiaba a mi padre. Él tenía la culpa. Mi pequeña mente quería tener un culpable. Lo odio… Lo odio…
Un sabor amargo inundó mi pecho. No era agradable sentirlo. ¿Llorar? ¿Por qué? ¿De qué serviría regar lágrimas? ¿De qué serviría mostrarlas?
En la iglesia, el sacerdote comenzó su sermón. ¿Por qué la gente se arrodillaba? Los humanos siempre hacen lo que quieren… ¿Por qué creer en la iglesia? ¿Por qué creer en una religión? Al fin al cabo fue creada por humanos, ellos que han cambiado la historia siempre a su manera.
Vamos a matar a los cuervos porque hay demasiados, pero aumentaremos a los pandas porque hay muy pocos e incrementaremos la humanidad aunque sea suficiente. Es lo que dicen. Nosotros siempre estamos rezando y haciendo una reverencia a Dios, ignorantes, sí, de que nos estábamos convirtiendo de alguna manera en Dios sin darnos cuenta ¿Qué demonios nos hace pensar que lo somos?
Nunca he visto a Dios. Siempre lo miraba en pinturas aquí y allá. Escuchado sobre los dioses en historias este y aquel, todos tienen forma humana.
¿Es una coincidencia o el destino? ¿O es nuestro propio boceto egoísta?
Incluso si hubiera una siguiente vida, incluso si no existe ¿A quién le importa? Incluso si reencarnamos, incluso si no lo hacemos ¿Qué demonios importa?
La gente siempre hace lo que quiere. Incluso si estamos en la cima de la cadena o como se llame. Seguimos insistiendo en que existe un lugar todavía más alto.
Creado, destruido y pegado. Así funciona el triste rompecabezas que se han inventado.
Se preguntan: ¿Por qué? ¿Por qué es así?
Pretenden sostener un signo de interrogación, incluso aunque ya lo saben
Eso es porque la humanidad es estúpida. Y así es, todos lo sabemos. Así que podemos simplemente perecer a la cuenta de 1,2,3.
La estupidez no se cura sino hasta la muerte. Entonces ¿cuál es el punto de usar nuestros cerebros?
Ahora hay grandes expectativas sobre la siguiente vida
Pero espera, ¿Qué sucede con el ahora? Aquí y ahora hay que ser imprudentes, luego descuidados. Combina ambos y haz un lío. Aquí y ahora hay que ser sombríos, luego misteriosos. Combina ambos y haz que todo sea incierto
Sin embargo, ¿Qué podemos hacer y cómo? Todo lo que decimos, todo lo que hacemos es no. ¿Entonces qué podemos hacer? ¿A dónde nos podemos dirigir?
Incluso si vamos al cielo, incluso si vamos al infierno. Incluso si estamos, incluso si no. Si no podemos ir a ningún lugar, ¿Entonces a dónde?