Historias de «despistes»
Abro la puerta de la casa, entro al estacionamiento y me quedo impávida, el coche NO ESTÁ, una película pasó por mi cabeza en esos segundo, automáticamente mi cerebro se pone a mil revoluciones, la ardilla que ahí habita corre como loca, pienso en hablarle a la policía, en preguntarle a los vecinos y cuestionar hasta el perro que siempre ladra y que vive frente a la casa, en ese momento hago retrospectiva de mi día y recuerdo que he salido en el coche unas horas antes y que es un hecho, lo olvidé estacionado en una calle.
La otra noche fui a hacer la compra y juro que el shampoo quedó guardado en el baño, claro si yo misma lo puse ahí. Pues no fue hasta que lo ocupé a la mañana siguiente que me había percatado que había desaparecido…. y no fue entonces hasta que busqué la leche dentro del refrigerador que «encontré» el bote perdido junto a la mantequilla.
Ser despistado es algo inherente a mi familia, resulta que la prima de un amigo que terminó siendo pariente, cuando menstruó por vez primera se las daba de sabérselas de todas todas y resultó que su primera toalla se la colocó al revés (sí, justo con el pegamento hacia arriba).
Haciendo honor a la tradición familiar hace unos meses llegué a la oficina muy arreglada (como casi nunca la verdad), toda «mona» y hasta peinada (que es mucho decir) y al mirar mis pies me percato que iba en chanclas de goma.
¿Dónde tengo la cabeza? No tengo idea, pero ya empieza a preocuparme el hecho de ser tan despistada, no quiero pensar que la edad comienza a hacer estragos, en ese caso habrá que tomar vitaminas y hacer ejercicios de memoria por aquello de las dudas. De lo contrario comenzaré a llamarme Dory para estar ad hoc con el despiste que llevo encima.
¡Segura estoy que la mayoría tienen anécdotas similares o más graves, te invitamos a compartirlas aquí!