La despedida
-Lo quiero corto– me dijo. -Muy corto, hasta arriba de los hombros… O no sé… ¿Tú cómo la ves?–
Refiriéndose a mí con un tono decidido, pero tambaleante a la par.
-Eres bonita- le dije – Te quedaría muy bien como lo quieres, es como tú te sientas más cómoda y satisfecha–
Asintió con la cabeza e hizo un gesto con la cara diciéndome que empezara con mi cometido, o bueno, con el suyo en todo caso.
Comencé a preparar mis herramientas y a mojar su cabello. Ella se miraba en el espejo, fijamente. Y en sus ojos, yo podía ver el mar… Un océano dentro de ellos, recorriendo un pensamiento tan lejano que me hacía distraerme un poco de mi trabajo. Se miraba como si se estuviera despidiendo de algo, como si algo estuviera dejando atrás.
Tomé mis tijeras y corté de una tajada la trenza que colgaba sobre su espalda y en ese preciso momento, pude ver cómo sus lágrimas comenzaron a rodar, lentamente. Ese mar que había en su mirada se desbordaba, no pudiendo contenerse más. Las gotas saladas recorrieron desde lo profundo de sus pupilas hasta la comisura de sus labios, donde se perdían.
En cada tijerazo, apretaba las mandíbulas, fuerte y firme. Sus ojos tambaleaban de aquí para allá, como si los recuerdos se le vinieran a golpes repentinos. Con cada cabello que caía, ella le decía adiós a algo y no era necesario que lo dijera era suficiente con ver su rostro, sus manos apuñadas, los suspiros que salían de su pecho y de su estómago, los ríos de agua salada que emanaban de sus ojos.