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Historias

Publicado en mayo 30th, 2015 | by Jorge Rodríguez

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La noche cuatrocientos cuarenta y cuatro

Como ya es costumbre todo da muchas vueltas, y yo le doy otro empujón a todo para que las vueltas vayan más rápido, ya sea por pensar tanto las cosas o bien por dejar de escribir, sin embargo las vueltas nunca se detienen, lentas o rápidas siguen siempre su curso. He pensado que es ese el problema, que todo radica en detener un poco esta rueda, pues las vueltas marean y cada vez lo hacen con mayor intensidad, con tanta intensidad que he dejado de darle importancia a las palabras, que he dejado de escribir, sin mencionar lo que es más preocupante, he querido dejar de escribir.

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Hace tantas noches que no te escribo, que me he olvidado que palabras te gustaba leer de mí, hace tantas noches que no te escribo que me he olvidado del nombre, hace ya tantas noches que borró cada una de las letras que te escribo, que se me ha hecho una costumbre, supongo entonces, que hace ya tantas noches que no te escribo, que quizá pasamos de la noche número quinientos y no lo he advertido. Por eso he vuelto a escribir, para tratar de ordenar un poco este complicado entramado de pensamientos, ideas y construcciones mentales, que sin un poco de sentido terminan revolviéndose más de lo que de por sí ya están.

Esto no me lleva a otra cosa que no sea contar; sí contar, pues según yo, me trace la meta de tardar quinientas noches en olvidarte, pero tomando en cuenta que apenas vamos un año y poco menos de tres meses, las cuentas terminan por salirse del papel, y comienzan a verterse en el vaivén de un montón de pensamientos, que terminan en un completo divague carente de lógica e hilación.

Cuento los días, los meses, los años, primero juntos, luego separados, cuento el antes, el durante y el después, cuento los días que te vi, los que no te vi, ¿y por qué no? también en los que nos encontramos. También cuento historias, las escribo, las borro, las tacho, las corrijo, las miento y luego las desmiento. Parece algo desequilibrado el asunto, pero no cuando sabemos que se trata de mí y de todo lo que mi persona conlleva.

Pero es aquí, donde todo este desequilibrio termina por convertirse en equilibrio, una vez que se reconoce, que se identifica, que trata de imponérsele cierto orden, una vez que se es valiente, una vez que se reconoce que estamos en la noche número cuatrocientos cuarenta y cuatro, una vez que se asimila que de apegarnos al plan, en cincuenta y seis noches, no estarás más por aquí. Es de suponer que haré uso de una de las cincuenta y seis noches restantes para devolverlo todo, para romper ya cualquier especie de conexión entre nosotros. Es de suponer también que haré uso de otra de las cincuenta y cinco noches restantes para volver a preguntarte, lo que he tratado de preguntarte un par de ocasiones antes.

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Es aquí donde el equilibrio se torna confuso, inesperado, completamente pesimista, pues se sabe que para continuar en él, es preciso tener un poco más de valor, valor para afrontar que en esa gran posibilidad de mantenerse en él, se puede entonces regresar a lo mismo. Tomando en cuenta, que muy probablemente sea el desequilibrio generado por distintas causas, una mejor solución a la existencia, que es preferible existir apesadumbrado por antiguos y nuevos temores, a los cuales sé vencer, y que a pesar de lo sabido prefiero evitar, expresándolos en tercera persona para evadir toda mi responsabilidad.

Para evadir lo que posiblemente sea tu regreso, mi regreso, nuestro regreso. El regreso de nadie, más bien el comienzo de mí, de ti, de nosotros; de todo y de nada.

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