La noche en que la muerte llegó de visita
Algunos truenos continuaban resonando a lo lejos, como inquietos sollozos de aquella tormentosa noche; brillantes relámpagos destellaban adornando el horizonte con su implacable belleza; algunas gotas huérfanas continuaban bañando las calles muriendo al estrellarse contra el suelo, armando una melodiosa y acompasada melodía que parecía interpretada por una fúnebre orquesta.
Ya era entrada la madrugada todo el mundo yacía tranquilamente descansando en sus casas resguardados del frío y la lluvia, todo parecía en calma, de hecho, había una paz sobrecogedora en el ambiente, nunca se había sentido una paz como esa, nunca una calma tan profunda había acompañado a los habitantes de aquel pequeño pueblo, una calma que incluso al pasar de los minutos llegaba a producir una ansiedad terrible, como si de un horrible presagio se tratara.
Todo se quedó quieto, envuelto en un silencio tal que se estremecía el corazón, en cuestión de unos minutos el pueblo entero se vio sumido en un ambiente tan denso que al mismo tiempo cada habitante de ese pequeño y tranquilo poblado se despertó de su apacible sueño poseído por una indescriptible angustia, inquietos trataban de ponerse en pie y averiguar que era aquello que perturbaba la paz de sus moradas, sin embargo no eran capaces de siquiera levantar la cabeza de sus lechos, como si una fuerza más allá de su comprensión les impidiera hacerlo, sabiendo que fuera de la seguridad de sus hogares les esperaría la muerte.
De pronto un relámpago estruendoso y deslumbrante iluminó el cielo hasta hacer que por unos instantes esa oscura noche pareciera un soleado día de verano, el sonido tan intenso del trueno que parecía como si las almas desgarradas del infierno gritaran a una, hizo temblar hasta los cimientos de las casas del poblado y en ese momento, se escuchó el violento galopar de varios corceles que parecían llevar una prisa enfurecida como si su vida dependiera de llegar a su destino; las ruedas de un enorme carruaje negro como aquella noche se deslizaban a toda velocidad por las empedradas calles de aquella antigua población; el cochero, un malhumorado y cansado anciano azotaba a los feroces corceles tratando de acelerar aún mas el paso que llevaban tratando de llegar lo más rápido posible a su destino.
Los vecinos de aquella aislada y tranquila población seguían poseídos por la angustia y la zozobra que los había despertado pero seguían sin poder ponerse de pie, ni siquiera podían moverse sin saber la razón, pero lo que sí sabían, era que lo que fuera o a quien fuera que transportara ese lúgubre carruaje, no traería nada más que muerte a aquel bello pueblo.
El anciano que conducía el coche estaba desesperado por llegar a su destino, él sabía perfectamente quién era su pasajero, conocía de lo que era capaz y lo único que deseaba era deshacerse de él lo más rápido posible; mientras avanzaba a toda prisa por las angostas calles de aquel poblado preso de la desesperación, no podía evitar sentir pena, incluso un extraño dolor en el pecho sabiendo el triste y desolador final que pronto experimentaría esa hermosa villa; – ¡es una verdadera lastima¡ no quisiera ni imaginar lo que está por pasar aquí -, dijo el anciano con un ligero pero desgarrador suspiro.
A medida que el carruaje se adentraba en aquel pueblo, la gente desde sus hogares parecían saber a donde se dirigía, no era posible, se podrían imaginar cualquier cosa, menos el hecho de que aquel misterioso visitante se dirigiera a la iglesia de aquel poblado, el lugar más tranquilo y apacible de todo el pueblo sería el destino del carruaje que parece traer la muerte para todos.
De pronto, todo se quedó quieto, un silencio sepulcral se apoderó de la noche, incluso la lluvia cesó por completo de un modo repentino, los caballos, el corcel, todo era solo silencio, incluso los truenos parecían haber cedido ante el temor de aquella gélida noche.
Entonces pudieron moverse, los habitantes del poblado fueron liberados de la fuerza que hasta ese momento les impedía hacer movimiento alguno; sólo algunos intrépidos se acercaron a sus ventanas tratando de encontrar un rastro que les permitiera entender lo que habían experimentado hacia algunos momentos, pero lejos de encontrar algo de serenidad, sólo consiguieron inquietarse más, pues al ver a sus vecinos en sus ventanas con las caras pálidas y los ojos llenos de miedo, se dieron cuenta de que no sólo ellos lo habían experimentado, había sido algo tan intenso que todo el mundo lo sintió.
Los vecinos más cercanos a la iglesia no podían creerlo, el carruaje se detuvo en la entrada, ¿cómo era posible? ¿Qué clase de ser maligno sería capaz de producir tal efecto en todo un poblado? Y la pregunta para la que definitivamente no concebían respuesta, ¿Qué asunto tenía en la iglesia del pueblo?.
Un joven de nombre Galio se aventuró a salir de su casa para ocultarse detrás de unos barriles apilados cerca de la calle donde se encontraba la iglesia y así poder observar de cerca lo que ocurría.
Claramente, la figura de un alto miembro de la iglesia de dibujó saliendo del carruaje, su vestimenta no dejaba la menor duda de que se trataba de alguien muy importante, un arzobispo quizá, el ministro miro a todas direcciones con mucha precaución de que nadie estuviera observando cuando la puerta de la iglesia se abrió, el cura regordete de aquella parroquia salió jubiloso a dar la bienvenida a sus huéspedes.
-¡Qué placer es recibirlos esta noche mi señor, me alegra tanto que Dios nuestro señor, los trajera con bien a nuestro humilde pueblo! – dijo el párroco con una voz que mostraba tal tranquilidad que parecía como si el corpulento hombre no se hubiera encontrado ni cerca del pueblo en los últimos minutos.
El distinguido visitante no expresó palabra alguna, sólo estiró la mano para que fuera besada por el anfitrión, mientras el asustado anciano habiendo terminado de ingresar el equipaje al poco peculiar alojamiento que ofrecía el santuario se acercó temeroso al carruaje; Galio notó que el anciano no estaba asustado por el importante clérigo que había bajado del carruaje, lo que atemorizada al cochero era quien permanecía dentro, Galio incluso dejó de respirar momentáneamente mientras esperaba ver quien salía del carruaje.
-Parece que al menos tú sí sabes lo que es ser un caballero- dijo una dulce y femenina voz mientras el asustado anciano extendía su mano para ayudar a su pasajera a bajar del carruaje, – Usted merece todas las atenciones, mi señora- respondió el anciano con una voz entrecortada; riendo como conmovida por la primitiva reacción de su acobardado cochero sólo tomando la mano del anciano para bajar del coche. El joven Galio sólo distinguió la mano de una dama cubierta por un fino guante y tras ella la silueta de una fina dama bajar del carruaje de una forma tal que junto con su vestimenta demostraba que se trataba de una dama sumamente refinada y elegante.
-¡Oh mi señora, no pensé que tendría el privilegio de recibirla en esta su humilde morada, pero no tengo nada para ofrecerle que sea digno de usted! – alegó el anfitrión tratando de besar la mano de su distinguida invitada, pero ésta lo alejó de sí diciendo – ¡guarda tus absurdas alabanzas para Argun!, a él le gusta que torpes como tú le besen los pies- dijo mientras señalaba al arzobispo.
Galio no daba crédito a lo que veía, no comprendía como un arzobispo podía ser capaz de generar el fúnebre e infernal ambiente que había azotado su pueblo algunos instantes atrás, porque la dama no daba muestra alguna de ser la responsable, de hecho no podía explicar la paz que experimentaba de observar aquella fina y delicada figura aunque sólo fuera de espaldas y envuelta en la complicidad de la oscuridad de la noche, y escuchar esa melodiosa voz.
Las tres figuras desaparecieron en la entrada de la iglesia mientras las puertas se cerraban tras ellos.
El valiente joven no lograba entender lo que había sucedido, pero al entrar en su casa, tan humilde y sencilla como era, el pensar en ese oscuro y misterioso ángel que acababa de ver a quién, ni siquiera le había podido ver el rostro, le lleno de tal paz que logró quedarse profundamente dormido
El anciano cochero subió a su carruaje y desapareció a toda prisa sin mirar atrás, repitiendo una y otra vez sus condolencias para el desdichado poblado que pronto dejo atrás, un pueblo que parecía recobrar la paz en esa oscura y tétrica noche en la que la muerte llegó de visita.
Continuará…