La rutina de María. Parte I
Moría en la rutina que consolaba su vida alimentado el vació con el trabajo y su casa. Ya no se le veía sonreír, moría en la soledad de su cama y lo frío de sus palabras.
Parecía herir a más de uno. Yo sólo la veía a través de la ventana. Todas las mañanas me despertaba temprano para verla partir, aún no sé a dónde es que iba con tanto entusiasmo, pero de algo estaba seguro… que a las 4:30 de la tarde, ella estaría puntual en la estrada del apartamento que estaba cruzando la acera y frente a la vista de mi pequeña ventana. Y ella estaba allí, puntual como siempre, aunque esta vez ya sin ganas y con la mirada cabizbaja. Vi tantas noches apagarse la última luz a la misma hora.
Todo sucedió cuando llegué a este vecindario. Yo, siendo una persona de algunos establecimientos, puse uno en la misma calle. Al paso de los días fui observando la cruel rutina en la que vive la gente, en la que vivo. Todas las mañanas me sentaba frente a la ventana a observar, pero más a ella en particular.
María, ese es su nombre.
Un día llegó a mi establecimiento y tuvimos la dicha de platicar, ella era una persona muy seria y de voz muy seca, muy directa, muy fría.
Ese día empezó mi obsesión, el delirio de mis ojos por buscarla cada mañana era diferente al de las demás personas; no charlaba con nadie, era misteriosa de alguna forma y eso llamaba la atención. Descubrí al final de todo y por su rutina, el motivo de su frialdad.
Una de esas tardes de tantas en las que a las 4:30 de la tarde era su llegada, arribé a su puerta y miré su cara. Sus ojos, la sonrisa fingida y maquillada, el silencio de su alma… me robó por un minuto la tranquilidad.
Pregunte ¿qué tal su día? a lo que respondió cortante «muy bien, gracias, soy María»…