Mi sangre… Mi hermano
Cuando alguien me pregunta por ti, lo primero que digo es:
¡Se parece mucho a mí! ¡Está muy guapo!
Me siento orgullosa cuando alguien menciona lo parecidos que somos, pues claro, es mi sangre, ¡es mi hermano!
Y me siento aun más orgullosa de ti, de la persona que eres y del hombre en el que te has convertido, y por todo lo que aún falta. Orgullosa de que seas un buen hijo, un buen amigo y un excelente hermano. Eres la persona más divertida que conozco, la más enojona y el más desesperado de todos. Me encanta abrazarte y que me quites, avergonzarte y aun así saber que me quieres.
Gracias por todos estos años juntos, que aunque parezcan muchos, son poquitos comparados con todo lo que nos falta. Gracias por estar para mí cuando más te necesito y por acompañarme en las aventuras que hemos tenido. Gracias por guardar los secretos, porque los dos saldríamos perdiendo y de eso no se trata. Por las pláticas en carretera, por los mensajes que duras horas en responder, por la confianza y por contarme tus cosas.

No te preocupes, jamás te juzgaré; aunque luego me ponga celosa de quien te escriba, de quien te busque y de quien esté contigo, pero no creas, cuando encuentres a la indicada lo sabré también y tendrás mi permiso absoluto, así como cuando tú me dices: «No me gusta para ti«. Lamentablemente siempre tienes razón.
Te quiero porque puedo decir que tú eres el mayor y a pesar de eso cuidarte por ser el menor. Te quiero porque me conoces tan bien, te quiero porque me regañas, te burlas o me aconsejas. Te quiero porque así debe de ser, porque así lo dicen todos y tal vez es parte del protocolo, pero, ¿qué crees? sea por lo que sea, te quiero. Nos tocó ser hermanos, de la misma madre, del mismo padre, en la misma casa. Nos tocó nacer en la misma familia y no creo que quisieras cambiarla.
Gracias… Porque después de todo, mamá siempre ha tenido razón:
Al final de todo esto, sólo estaremos tú y yo… Sólo nos tendremos a nosotros.