Murió…

Murió.

No de manera literal, sigue respirando y aún se le ve reír y disfrutar de sus placeres en muchas partes. Su cuerpo sigue intacto, como si nada hubiese cambiado.

La vida sigue, son sus palabras favoritas, en las que disimula su poco compromiso con la vida en sí.

Cualquiera que lo viera juraría que es el mismo de siempre, menos una, menos yo.
Es posible que nadie lo note porque nunca nadie vio dentro de él, nadie conoció más allá de sus ojos, de sus palabras.

Por eso lamento mi pérdida, porque su cuerpo sigue ahí, pero su alma no, o al menos no a la que yo amé.

No supe qué fue lo que pasó, no supe cuando murió, pero esa persona que yo conocí ya no está, no vive ahí dentro, se fue. No se despidió, sólo dejó en su lugar a un hombre insidioso, ese hombre que a mí me mató.

Me hirió en el pecho, o tal vez en todo el cuerpo… porque lo que hizo me retumbó hasta en el más pequeño rincón de mi diminuto cuerpo.
Nos fuimos los dos.