Nadie nos enseña a superar
Todos, sin excepción alguna hemos atravesado un momento difícil en nuestras vidas, una ruptura amorosa, la pérdida de un ser querido, un fracaso personal, o acontecimientos desagradables que dejan huella en nuestra memoria. Supuestamente, la vida se trata de ello, de caerse mil veces y levantarse con cada caída, surgiendo de las cenizas como el mito del ave fénix.
Pero, muchas veces nuestro dolor es tan grande y la tristeza que nos embarga va más allá de nuestros propios límites, que alzarse entre los escombros que yacen a nuestro alrededor, resulta casi imposible, no terminas de ver la tormenta para vislumbrar el sol. Cada día es más nublado que el otro, y ese frío que te cala el alma, pareciera no tener fin. Un abrazo o una palabra de consuelo no te es suficiente, tu mente no termina de asimilar aquel suceso que irrumpió en tus días, colapsando el mundo feliz que estabas construyendo.
No, no es nada fácil aceptar la realidad que golpea con rudeza tu ventana, día tras día cuestionas al destino por poner dicha tragedia en tu camino, ¿Por qué a ti? «No es justo, yo no lo merecía» susurra siempre una voz en tu interior.
Quizá no, y es lo peor de todo, que a veces el destino es tan caprichoso y tan desconsiderado al poner en tu camino situaciones que te marcaran por dentro y te harán cambiar como persona, algunas veces para bien, otras veces para mal. Y justo ahí, cuando sientes que algo se quebró en ti, que ya no puedes más, que absolutamente todo está mal, las personas a tu alrededor buscarán o te recomendarán una “solución” a tu problema, recibes tantos consejos que te debates entre prestar atención a ellos o no.
Te bombardean con anécdotas motivacionales, te impulsan para que “salgas del hoyo en el que has caído”, una y mil veces intentaran ayudarte sin éxito alguno, hasta que llegues a un punto donde tengas que gritar: ¡BASTA! Nadie puede decirme qué hacer y cómo hacerlo. Estás en lo cierto, nadie puede ayudarte, nadie más que tú. Puede parecer trillado, pero es una de las verdades absolutas del universo, somos nosotros los que decidimos en que momento salimos del hoyo para avanzar a la superficie.
Llega un instante en que el cuerpo, el corazón y el alma se cansan de sufrir y algo se activa en tu interior, por primera vez en mucho tiempo tienes el valor para abrir esa ventana y dejar entrar a la realidad, para entenderla, aceptarla y enfrentarla, cosa que no resulta sencilla, es un proceso doloroso pero necesario. Y es así, como conoces tu fortaleza, la cual dudaste llegar a tener, convirtiéndote en alguien diferente, capaz de sobreponerte a los golpes que recibirás a través de los años, ya que este no es el último, recibirás más de los que puedas imaginar y algunos lograrás esquivarlos antes de tiempo.
Ahora cada uno de esos consejos que recibiste te parecen absurdos, porque fuiste tú quien logró salir airoso de aquellos días nublados, fuiste tú quien buscó y encontró el arcoíris, nadie te enseñó a curar un corazón roto, a aliviar los gritos ahogados de tu alma en pena, a superar el desasosiego que te producía el dolor que embargaba tu cuerpo. Fuiste tú quien aprendió a superar las circunstancias lamentables en las que te puso la vida. Posiblemente no olvides este episodio, pero con el tiempo dejará de hacerte daño. Sí, aprendiste a dejar de sufrir.
Dicen que la vida, el cosmos o una fuerza mayor, llamémosle divina, nunca, NUNCA pondrá en tu camino algo que seas incapaz de superar, que al final siempre encontrarás la luz al final del túnel, que serás herido durante la batalla; pero al final saldrás victorioso de ella. Sin embargo, eso es algo que no comprendemos hasta que lo vivimos, la experiencia y las marcas de guerra en el alma, hablan por sí solas.
No importa cuán difícil sea, siempre habrá un rayito de esperanza que iluminará hasta la oscuridad más densa y reconfortara el corazón, abrazará el alma y consolará todos tus pesares.
El tiempo, siempre será nuestro aliado para desvanecer las cicatrices, hasta que un día llegan a ser un simple recuerdo.