Olvidarte antes del día diecinueve…

¿Quién se puede olvidar de un buen beso? ¿Cuál sería el valor de la más tierna caricia? ¿Qué será de todas esas promesas? ¿A dónde van todos esos días de mutua felicidad? ¿De qué manera logra uno evadir aquellos recuerdos que evocan tu compañía? ¿En qué se convierte el amor cuando uno nota que realmente fue costumbre? ¿Cómo despedirse de la nostalgia en una fría mañana de Febrero al filo del viento en un puente?

Realmente resulta inútil tratar de contestar al inmenso universo de cuestiones que me hago desde que partiste, ya que al final del cuestionario el resultado es el mismo: tú ya no estás y de una u otra forma he de tener que dejarte atrás, he de tener que aprender al olvidarte, a no recordarte tanto. Pues uno no puede simplemente sacarse un montón de recuerdos de la mente como si de archivos dentro de un computador se tratase.

Hoy, en el día dieciocho desde que te marchaste, puedo admitir que ha sido agradable conocerte, que ha sido interesante concebirme desde una perspectiva muy diferente a la mía, que a pesar del poco tiempo que tuvimos para compartir he podido sentir una conexión muy particular con tu persona y que sin importar aquello que me deparen mis acciones futuras, esto ha valido tanto la pena como para volver a intentarlo.

Supongo que aquí, donde las cosas parecen haber valido la pena, es donde reside la dificultad para evitar recordarte, pues, ¿qué sería de la nostalgia sin un poco de esperanza? Sin duda alguna aquellos instantes agradables han logrado tener mayor importancia sobre aquellos que nos han causado dolor o angustia, percibiendo al evocar tus besos o tus caricias, un frío más crudo que aquel que el mismo invierno trae consigo.

Realmente resulta inútil tratar de vivir cercano a la melancolía sin procurarle unos cuantos detalles, para hacerla sentir como en casa, y si estos detalles se prestan para ignorar los recuerdos que valen la pena, he de darles mayor entrada a mi vida, he de hacer partícipes de esta historia al tequila y a un buen amigo al que apodan el flaco de Úbeda, invitándoles a pasar un buen rato con esta añoranza.

Hoy, en el día dieciocho desde que te marchaste, he logrado no sentirme solo, y mañana en el día diecinueve, empezaré a aprender a olvidarte, procurando evitar la maldición que vive en el cajón sin tu ropa, tratando de eludir a la perdición que habita en los bares y las copas; y claro dándome la vuelta ante las cenicientas de saldo que son dueñas de casi cualquier esquina, con el único fin de que nadie pague las cuentas de alguien que al igual que yo, ya no tiene alma, ni mucho menos calma ante tu ausencia.

Supongo que aquí, a la luz de una vela y acompañado de una botella, es donde está el consuelo que necesito ante la falta de tu presencia y con el trascurrir de la noche, voy contando cada una de las anteriores con cierta gota de esperanza, pues cada una de ellas me dice que estoy más lejos de ti y de lo que en algún momento pude sentir por ti, dejándome la sensación de que todo ha de terminar con lo mismo que comenzó. Un hola y adiós.

Es en este día número dieciocho, cuando tu partida no luce tan cercana y tu ausencia sólo por las noches me visita…