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Historias

Publicado en julio 8th, 2015 | by Mariel Diaz

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Perfecto mentiroso…

Creí que al comenzar el verano sería como todos los que había vivido, sin ningún tipo de emoción, nada qué contar cuando volviera a la escuela… En realidad cuando estuviera en la universidad pues ese era el verano en el que finalicé la preparatoria.

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Casi 18 años de mi vida queriendo vivir como las películas americanas; asistir al baile de graduación acompañada de un atractivo chico que estaría loco por mí, así como yo por él, que sería la noche mágica con la compañía de mis mejores amigos, que conocí en un simple par de años y que estaría emocionada y lista para mudarme a una nueva ciudad, pero no fue como lo hubiera imaginado… Fue aún mejor.

Al igual que cualquier chica, quería estar enamorada, no todas lo dicen en voz alta pero en el fondo lo sienten, quería conocer la inocencia e ingenuidad del primer amor, unos lo conocen en la primaria, quizá en la secundaria pero más en la preparatoria y aun concluida ésa última, yo no había estado ni siquiera cerca de conocerlo.

Vivía soñando despierta, que en cualquier momento el chico especial me toparía en la esquina cuando quisiera dar vuelta y habría magia en ese momento, o que lo vería al otro lado de la calle y nos enamoraríamos al instante, podría ser hasta patético que soñara así, pues quería tener una vida de película; no sucedía y mientras más transcurrían los días más lo quería.

No quería una pareja por el hecho de ya no estar sola, disfrutaba mi soledad, estar para mí todo el tiempo, me gustaba salir sola a caminar y disfrutar las cosas que aunque no era el paisaje más atractivo para mí era lo mejor, quería estar con alguien porque quería compartir con esa persona esos momentos tan sencillos que me hacían feliz, porque quería sentir amor, cariño, deseo, quería ser el motivo de sonrisas inesperadas en alguien…

Una chica joven, inteligente, bonita, sin compromiso que quería sentir el amor adolescente que solo podía ver a través de sus propias amistades, pero nunca en carne propia ¿eso era tan malo?, supongo que lo desee con más ganas ese verano por que hubo un chico que se cruzó por mi vida.

Conocí a un apuesto chico, alguien tan agradable y simpático, era el tipo de chico que no me hubiera imagina que saldríamos, atractivo, inteligente pero tenía algo especial y eso es algo que hasta la fecha no puedo encontrar palabras para describirlo; parecía que no lo estaba conociendo era como si lo recordara, como si  mi alma y mente supieran algo que mi cuerpo aun no lograba entender, fue fascinante como una simple persona podía hacerte sentir emociones que no conocías,  sus charlas eran adictivas, su personalidad era tierna pero lograba ser al mismo tiempo tan sensual; no habían pasado meses ni siquiera semanas pero ya confiaba en él, ya sentía algo, era tan fuerte esa conexión que cuando me propuso estar con él simplemente no me pude negar.

Jamás lo había visto frente a frente, ¿acaso estaba perdiendo la razón? Que explicación lógica podía haber en el que quisiera estar con alguien que nunca vi pero en quien confiaba, no lo pensé mucho y lo decidí… Estaría con él porque así lo sentía.

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Llego el día esperado, “la cita”   el momento en que lo vería por primera vez, me temblaban las manos, sudaba frío, seca mi boca y estaba más ansiosa que nunca; fue puntual y al llegar a mi casa mis nervios se volvieron locos, cuando bajaba para salir lo vi en la puerta tan galán como lo imagina fue tan caballeroso, su voz me estremecía y sus ojos me hipnotizaban, su misterio era aún más atractivo pues en el camino de mi casa al destino no soltaba pista de a dónde nos dirigíamos; llegamos a un lugar tan romántico: un pequeño rancho no muy lejano de casa.

Atardecía y lo único que hacíamos era conversar, conocernos aún más que en los mensajes, reíamos y cantábamos y en mi mente no podía dejar de sentir algo en el estómago, lo veía y deslumbraba mis ojos, me recordaba cómo estaba vestida y me sentía un desastre aunque no lo pareciera; entre palabras y el sol que se escondía frente a nuestros ojos se armó de valor y me besó… ¡Qué beso! Me sentí  tan viva, el contacto de sus labios y los míos, ese beso tan inocente hizo que brotara un escalofrío de mi cuerpo, después de eso lo único que pude decir fue: -“… qué gran forma de callarme…”  ahí  me acerque a él y lo besé pero esta vez el beso no fue tan tierno, estaba lleno de pasión, en mi mente decía que si me pidiera hacerlo en ese momento accedería; yo era virgen, pero él era lo mejor que me había sucedido y era el momento, entre besos y pasión ambos lo sabíamos, era el momento…

Siempre había tenido vergüenza de mostrar mi cuerpo, pues no era el cuerpo tonificado y perfecto que hubiera deseado, él era tan atractivo y dulce, en el instante que le dije que era virgen se detuvo y con su voz me preguntaba si realmente estaba segura de lo que hacía, que no me quería presionar en nada, pero aun escuchando esas palabras sabía que alguien como él no conocería lo volví a besar y a abrazar para decirle sin palabras que estaba más lista que nunca, exploté en sensaciones, me sentí tan viva y tan amada, fue lo más tierno…

A partir de ese día todo se veía muy diferente, era color de rosa, los días pasaban y seguía él como siempre tan cariñoso y demostrándome en cada palabra cuanto le importaba, o bien, eso creía yo; nos separamos un par de días pues la universidad estaba en otra ciudad y todo se veía igual, el día de mi regreso solo quería estar con él, lo extrañaba y a sus besos, sus abrazos, su aroma, sus ojos…

Pero lo único que tuve fue un golpe, una tortura, fue el derrumbe de esa fantasía tan hermosa; tuve el engaño de la persona más importante para mí…

Lo vi tan libre y feliz, caminando de la mano de la chica que ahora lo hacía feliz…

No hubo palabras que pudiera decirme para curar el trago amargo que pase al verlos juntos, él sintió lo mismo pues ese fue el último día que recordó mi existencia, ya no me quería en su vida.

Rompió mi himen, rompió mi corazón… Solo le faltó mi pierna para terminar con su fechoría de falso amor.

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Cualquier suceso en tu vida es la perfecta historia que podrás escribir, deja que las palabras se liberen y que sean ellas las que te guíen.



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