¿Qué te digo? Te echo de menos
La vida te da todas las herramientas necesarias para superar –palabrita que se emplea con demasiada facilidad últimamente– las caídas que sufres. Y para ello pone a tu disposición cuanta ciencia y pseudo ciencia hay, así vemos que algunos se refugian en el psicólogo, las cartas astrales, yoga, meditación, bebida, salidas con amigos, redes sociales y demás artilugios dignos de mencionar y todos con el propósito de pasar la página.
Pero hay momentos en que sólo tienes ganas de tumbarte en la cama y pensarle un poco, sí, pensar en que ya el pasado quedó donde pertenece: ATRÁS; que la efectividad de lo anterior no es efímera y ya eres una persona nueva. Y justo en ese momento tu vecino pone a todo volumen la rola que evoca en ti más que sonrisas y entonces la debilidad aflora y comienzas a echarle de menos (Poco entiendo a ciencia de cierta, el sentido de la frase, a mi juicio sería echarle de más, de multiplicado, de n potencia).
Si, le extraño con abrumadora perseverancia, es de esas ideas fijas que no te dejan en paz, que vienen una y otra vez con impertinencia molesta, como esas llamadas de los bancos que insisten en hacerte comprar un puto seguro que no necesitas.
Lo raro es que no sé con justa franqueza qué es lo que extraño, si acaso el ir de la mano por la calle con él, despertar a su lado, verme reflejada en su mirada, o sentirme observada como si fuese el mar. Me daba miedo,- y esto nunca se lo conté-, temía que de tanto meterse por mis poros terminara descubriendo que ya estaba perdida, que mi brújula no tenía norte, que cien años de soledad sería una nimiedad a lo que sentiría si la magia se esfumara.
O para ser honestos, quizás lo que extraño es verla alejarse, esfumarse de mis días, caminar alejándose de mi, mientras volteaba y me guiñaba un ojo diciéndome adiós….yo, a su vez, le gritaba que no le echaría de menos, mientras que ella, la SOLEDAD, me arrojaba una risita burlona.