Quizá cambiará… ¡Esta historia te impresionará!
¡No voy a permitir esto ni un segundo más!
Lo siguiente que recuerdo, es despertar en el suelo, con la quijada apretada, cada pedazo de mi cuerpo adolorido y por lo poco que pude ver: golpes por doquier. Si me preguntan qué sucedió, diré que no tengo idea, pero sabía quién lo causó. Me sentí aturdida, no quise halar, aún no. No estaba segura, tal vez cambiaría, pensarme sin él resultaba inconcebible.
Me miré al espejo. Mi cara estaba hinchada de los golpes. Mi ojo derecho casi cerrado. El labio abierto y un diente despostillado. Mi cuello amoratado, con las marcas de una mano alrededor y lo demás… Deformado. Me dolía el pecho, me dolía respirar, las costillas, era un martirio moverme. Mi cadera negra de los golpes, ¡Me pateó! La marca de su zapato estaba en lo poco que ví de mi espalda. Qué insoportable dolor. Pero tal vez cambiaría.
Pensé en mi pequeño niño. ¡Estaba en casa de mi madre! ¡Bendito Dios! Pensé.
En un momento lo vi entrar a la habitación. Me lastimó moverme tratando de protegerme. Mi instinto natural me hizo retroceder.
«¡No! Amor no, no huyas de mí, perdóname perdí la cabeza. ¡Pero te juro que no volverá a suceder… bla, bla, bla…«
Y… Le creí. «Tal vez cambiará, quizá«
Ahora, este día, en este lugar y bajo estas circunstancias; desearía no haberle creído.
Todo estuvo bien por un tiempo. El hombre amable y cariñoso de quien me había enamorado, volvió a mi hogar. Era dicha, como tantas otras veces. «Esta vez cambiará«.
Bastó un poco de licor y un «no bebas tanto» para recibir increíble paliza. Un jalón al cabello, un azote en la pared y la vista nublada. Seguida de un recital de ofensas lascivas. Vi a mi chiquito correr hacia mí. ¡Mi bebé de tres años!¡Él quería protegerme!¡Mi bebé que siguió su instinto de protección! ¡Sí!… Lloró. ¡Él lo golpeó! Un golpe acertivo que lo mandó al filo de un escalón. ¡Él mató a mi bebé! .
Al despertar. Entre todo el dolor cuyo cuerpo mío no podía sentir, pues sólo importaba mi hijo, me acerqué a él. Inmóvil, incoloro, frío, muerto. Mi bebé estaba muerto.
Algo en mi mente hizo un click que desató mi ira, mi rabia, mi sed de venganza.
«SI, YO LO MATÉ, Y LO VOLVERÍA A HACER.» Lo confieso, delante de este tribunal entero. Lo maté y no me arrepiento. Él me mató primero desde su primer golpe, él mató mi espíritu, mi amor, mi cordura y ¡A MI HIJO!
No moví nada en esa casa, excepto el cuerpo de mi chiquito y lo coloqué en un sillón cerca de mí . Tomé un cuchillo y lo esperé sentada en la sala, al lado del cuerpecito frío de mi hijo. Perdí la razón. Sabría que él vendría por un perdón y sería la última vez.
Llegó, se acercó a mí. Llorando ¡Farsante! Miró a su hijo «Está muerto, le dije. ¡Tú lo mataste!«. Quiso agredirme nuevamente, no le di tiempo. Enterré el cuchillo en su cuerpo. Una y otra vez hasta que dejó de moverse.
Yo lo maté y, a la par, maté a mi hijo. Él no iba a cambiar. Esperé demasiado de algo que no tendría esperanza. Aferrada al temor para no enfrentar la realidad de verme sola. Fui egoísta y le arrebate toda una vida a mi hijo. Soy tan culpable como él. Yo lo maté y pensé … «Tal vez cambiará«. Jamás sucedió, nunca sucederá.
Para mi bebé ya es muy tarde, para mí ya no hay hubiera, sólo una cuenta regresiva de mi fin inminente, hasta volver a encontrarlo en la eternidad.
Pero ¡Óyeme mujer! ¡ÉL NO CAMBIARÁ JAMÁS!