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Vida

Publicado en julio 6th, 2015 | by Maria Celeste Rodríguez

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Quizá yo no soy escritora…

Escribo por accidente.
Mis letras son el resultado de un impacto con la realidad. He tenido la fortuna-desgracia de que mi vida sea un constante vaivén de malos, buenos, excelentes, felices e intensos momentos que capturo con mi mente cual cámara instantánea, sin embargo, yo lo hago en papel y la imagen es mi conjunto de letras.

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He intentado dejar de escribir, el hacerlo supone un gran peligro para mí, expongo mis puntos más débiles, mis cicatrices aún con llagas y las partes indefensas que tengo. Siempre cargo con una armadura para evitar caer al abismo de la mortalidad ya anticipada, una armadura que al escribir se desvanece momentáneamente. Es por ello que he intentado dejar esto, me expongo demasiado y mi vida se vuelve tan frágil como las promesas que se dicen sin compromiso, se vuelve tan frágil como los «Te amo» que se dicen en la primera cita, tan frágil como la cordura de una enamorada…

Pero no puedo, no puedo dejar de escribir, es como la droga de una persona en abstinencia, la lluvia para el campo que ha estado en sequía, el amor para alguien que nunca se ha sentido amado. Es la dosis de resurrección para quien no sabía que había estado muerto.

Como una vez, mi mejor amiga había muerto y yo simplemente no podía llorar, en vez de lágrimas derramaba letras y así escribí un poema sobre la muerte y su maldita necedad de llevarse a quienes más quiero y con quienes más cuentas pendientes tengo.
Después, encontré a un amigo, no paraba de reír e invitar al mundo a reírse conmigo, quería decir cuán feliz estaba de tener mi propio idioma con otra persona, de saber lo que era sentirse querida, comprendida y escuchada, entonces escribí un poema a la amistad, para evitar ahogarme con toda mi felicidad efímera que tenía atorada entre el corazón y la sonrisa.

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Una vez me sentí sola, no había nadie con quien hablar, el silencio me inundaba y mi corazón se sentía vacío, quería un abrazo de esos que te hacen recordar que los problemas se acaban y las despedidas a veces son buenas, necesitaba vomitar mis sentimientos. Por eso escribí un poema a mi soledad. Y así fue como me enamoré de mi propia soledad, después de eso ya no quiero separarme de ella.

Luego, encontré a quien decía ser el amor de mi vida y yo le creí, pensé que los “para siempre” eran ciertos y que los cuentos de hadas podían salirse de los libros y formar parte de mi rutina, creí que la vida podía volverse, por un momento, color de rosa, y permitirme caminar entre nubes… Sin embargo, las nubes se despejan, la vida vuelve a tener las mismas tonalidades de siempre y los amores son sólo un instante que parpadeamos. Todo terminó mal. Con miles de cartas, un café frío a medio terminar y dos corazones rotos. Así fue como le hice mi primer poema al dolor, llené cada letra de mí y de mi historia, nunca había escrito algo más desgarrador que el poema a la desilusión.

No soy escritora, sólo escribo lo que vivo, lo que no puedo hablar y que me tortura, lo que tengo atrapado en los dedos y en la garganta.
Escribir ayuda a que mis recuerdos no se me salgan por las grietas, a permanecer en el anonimato en un mundo represivo, a inmortalizar lo bueno y lo malo de mi travesía, a sanar un poco el alma, me ayuda a leerme, a comprender que escribir es el accidente más bonito que he sufrido.
Escribir es mi serendipia favorita.

— María Celeste Rodríguez Quijano.

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Publicado por

Escritora amateur. Una chica de psiquiátrico. Soy un derroche de sueños e idealismo.



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