Ser mujer y el terror de serlo… Te impresionará
Imagina que despiertas en un día de calor. El sol radiante te pide; te exige que tus prendas sean más ligeras que el día anterior. Una falda larga. Una pequeña camiseta. Un short. Cualquier aditamento va genial con esas zapatillas color rojo que acabas de adquirir.
Con esa alegría que provoca una mañana fuera de control, sales de tu casa con la entereza de ser una persona segura de sí misma. Caminar por la vida sin miedo es imperativo, ya que no debe existir sin ningún tipo de recelo ante la vida. Una esquina; el lugar ideal para sacar tu teléfono y revisar el correo de la mañana, el mensaje, la música para tu camino.
Levantas la mirada para ver en que momento se encuentra el semáforo. Tus piernas libres. El sol está golpeando en ti volviéndose esa combinación esencial para sonreír ante una mañana que lentamente se convierte en alegría.
Pero toda felicidad es finita…
Una presencia detrás de ti se acerca más allá del límite permitido por una conciencia humana. Un aliento áspero comienza a sentirse en tu cuello. Una sensación corre por tu espalda mientras tu estómago secunda ese signo con un vacío impresionante. Otra figura.
Ahora toda toda tu espalda se encuentra cubierta, mientras dos manos furtivas comienzan a subir por tus muslos. Una voz susurra a tu oído. La sensación de tu estómago se potencializa mientras otra mano desciende por tu vientre. Los segundos se vuelven horas. Te encuentras paralizada. La música en tus oídos no puede aplacar las fulgurantes palabras de esos dos entes sin sentido, que en segundos han socavado tu psiquis.
El semáforo cambia; empujando esas manos comienzas a caminar ante los gritos que se pierden a la distancia gracias al beat de tu música. Sigues caminando bajo el sol, pero ahora, la sombra de tu impotencia y la oscuridad de los actos han nublado tu mañana.
Te vuelves a esos dos tipos, que sonrientes te observan caminar titubeante, mientras tu piensas: ¿Y si los golpeo? ¿Hubiera gritado? ¿Quiénes son?. Pero la respuesta inmediata de tu conciencia es más lasciva que sus intenciones: ¿y si me matan?
Triste, agachas la mirada y caminas esperando, que el día de mañana, ese mismo sol borre tu esencia violada…
En Veracruz y en el país, el ser mujer se ha convertido ya en una amenaza personal inherente; y cual terrorista, las mujeres en nuestro estado y en nuestro país cargan sobre ellas una chaleco explosivo que no sabemos en que momento explotará, dejándolas solas, con el alma desecha y el cuerpo ultrajado. El problema no radica principalmente en el hecho de ser mujer, radica en la indolencia de una sociedad que ve en ocasiones que el simple hecho de serlo son el pretexto perfecto para saciar sus demonios.
Desde pequeñas los padres enseñamos a nuestras niñas a defenderse de cualquier persona que intente hacer algo fuera de lo común. Les pedimos que cierren las piernas con falda por la propiedad que la prenda contiene. Les pedimos que cuiden el pudor de una camiseta escotada por la razón de las miradas indiscretas. Les pedimos algo, que nunca deberíamos enseñarles: El miedo a los demás.
Y es que el ser mujer no debe ser sinónimo de ataque, ni de menosprecio. El ser mujer debe ser sinónimo de belleza, inteligencia, estilo en una combinación sublime más allá del concepto humano, más allá de un cuerpo, de la edad que sea.
La muerte de 33 mujeres en menos de cinco meses, ha detonado en el estado, alertas equiparables a las que existieron a finales de los noventas en Ciudad Juárez, Chihuahua. El creciente uso de mujeres para engrosar la filas de las estadísticas debe encender los focos rojos de un gobierno indolente y un gobernador que ve en las redes sociales una culpa; que si bien existe; no debe ser la mayor de sus preocupaciones.
La impunidad en los actos, los malos juicios y los juicios delimitantes, han orillado a la mujer a ser producto de ataque, sea víctima o no. Si es violada, ella lo provocó. Si es asesinada, seguramente ella estuvo con quien no debía. Si es desaparecida, seguramente ella se desapareció.
La muerte de Columba encendió de nuevo ese lamentable debate sobre el uso de las redes sociales y desuso de ese tan afamado sentido común de doble moral que tenemos los mexicanos. Se habla de justicia expedita por ser gente de dinero. Se habla de provocaciones en las redes sociales. Se habla de una joven que ya no está entre nosotros como la única culpable de lo único que ella no tenía control: La maldad de la gente.
El cuerpo, el que sea, de hombres y mujeres, dedicados o no a esculpirlo, debe ser un templo del cual cada quien es responsable. El mostrar de más o no, es problema de cada persona y eso, no debe provocar a nadie a violar o denostar por el simple hecho de hacerlo; debemos ser maduros y conscientes que el caso de Columba ya tomo otro sentido, y que desafortunadamente ya se alejo demasiado de una simples fotos en bikini, que en su momento, fueron el pretexto perfecto para sacar todos esos sentimientos en contra de una actividad que no debe ser juzgada, ni denostada, ni golpeada.
La mujer debe ser respetada, punto, no hay más. El hecho de utilizar a la mujer como un mercado banal de placer debe terminar. No son frutsis; no son gansitos; son parte fundamental de una sociedad que lentamente ve cualquier sentimiento como el pretexto perfecto para delinquir sin ningún tipo de castigo. La desaparición y muerte de mujeres en Veracruz solamente atiende una cosa: La falta de acción de nuestras autoridades desde el primer momento.
La mujer como tal, debe, desde pequeña, aprender a sobrevivir en un mundo machista, donde los hombres nos creemos los dueños totales de todas los ámbitos de la vida; donde por el hecho de ser mujer, pensamos que tenemos el derecho a faltarle al respeto por que nos parece bonita.
Pero… Mujer…
No temas en ser bella; no temas a gritar; no temas a ser fuerte; No temas a nada; tu belleza debe irradiar en todos lados, en todo sentido, se que es difícil sin parecer paranoico, pero no debes temer por lo que eres, sino debes brillar por lo que significas. Seamos conscientes que por el hecho de ser mujer tienen una gran desventaja: Vivir en medio de una sociedad que piensa que ellas deben ser mujeres, sobrevivir, cuidar su vida ,y no morir en el intento.
Por lo tanto, como hombres, con esa retórica tan narcisista que tenemos, lo menos que podemos hacer es protegerlas; pero no como un ser débil; sino porqué simplemente tenemos esa obligación, por todo lo que hacen por nosotros porqué se lo merecen.
Hasta la próxima.