«Todo lo que necesitas es amor»
Ella es Tanya, a sus cuarenta años ha vivido la mitad de la vida entre los concursos de belleza, las pasarelas, los trajes de lentejuelas y los trucos para verse guapa. De día tiene un trabajo como cualquier otra persona, burócrata consumada, en las tardes atiende un salón de belleza y en las noches…. bueno, en las noches es ella misma. Son esas horas las que dedica a mirarse en el espejo y hallarse. Se pinta el pelo de rubio, se acicala las uñas, se pone las cremas para ocultar el desgaste de tantas noches en vela, se cambia sus aretes por algunos más o menos brillantes. Vive con su madre, sé que la procura como pocos hacen con las propias. Le celebra su santo y los devotos también. La lleva a la iglesia los fines de semana y a la consulta regularmente. Cuando platico con ella las risas son desbordantes, tiene una lengua afilada y no deja nada a la imaginación, ni a nadie.
Hace poco la acompañé a comprarse una bolsa, me preguntó con cierto halo de ingenuidad si acaso la bolsa no era muy obvia, pero ella es obvia en todo su ser, desde cualquier satélite que apunta a la tierra se le vería lo singular, lo único, lo diferente. Tanya es menuda, chaparrita, nariz aguileña y ojos verdes, es un torbellino por donde quiera que pasa, me consta que las miradas la persiguen cuando vamos por la calle, he sido partícipe de risas incrédulas, de verla con admiración o desprecio, sí, Tanya es muy propia, aparenta no darle importancia a las opiniones de los demás, segura y confiada, pero sólo ella sabe cuando llega la noche y se mira al espejo lo que ha tenido que padecer cada vez que le piden su IFE y aparece el nombre de Juan.
Vivimos en una sociedad costumbrista influenciada por la religión y la moralidad. Debe ser duro para ella ser auténtica, a mí no me cabe duda alguna que es «ELLA«, jamás ha sido «ÉL». No polemizaré sobre si es una «condición» adquirida, si es heredada, si es de personalidad, no lo sé, no he estudiado el tema. Apelo al sentido común, al hecho de que estamos hablando de seres humanos, al hecho de respetar, más allá de las creencias, la individualidad, preferencia y orientación sexual.
Hablo por la experiencia adquirida al conocer personas homosexuales, amigos y familia a los que amo con profunda devoción, y por qué habría de ser diferente si insisto, hablamos de PERSONAS. Y sí, yo estoy a favor del amor, de la tolerancia, del respeto, de la solidaridad y apelo como siempre al sentido humano que nos debe caracterizar por encima de normas, preceptos y conceptos adquiridos.
¿Con qué facilidad vamos juzgando por la vida, quién nos otorgó el derecho de hacerlo? ¿En qué momento nos olvidamos de que hablamos de personas? ¿Por qué no amarnos en la diferencia? Ya sé que el mundo necesita de «etiquetas» como cuestión de organización; pero al ponerlas nos convertimos en seres que apuntamos con el dedo a otras.
«Cuando conozco a alguien no me importa si es blanco, negro, judío o musulmán. Me basta con saber que es un ser humano.» -Walt Whitman.
Este vídeo nos pone bajo otro prisma una misma realidad.