Tú… La dueña de mis latidos
El fragante aroma de aquella rosa que en mis manos sostenía, me recordaba el delicioso olor de tu piel, su suave y delicado tacto en mis labios traían a mi mente la magia de tus besos y ese rojo intenso, rojo fuego, despertó en mí tal pasión que mi pecho ardió, ardió en deseos de verte y resguardarte entre mis brazos mientras te susurro al oído que te amo y que esto que siento sobrepasa por mucho las barreras que un día levanté para proteger mi corazón; un corazón que ahora es tuyo, que me has robado y que sólo late al pensarte, al escucharte y al sentirte.
Pero no estás, el horizonte se interpone entre nosotros y por ahora sólo queda en mí tu recuerdo, los mágicos momentos que pasamos juntos, las risas que adornan el silencio cuando estamos juntos y el deseo de saber si estás pensando en mí, si me extrañas y me necesitas tanto como yo te necesito ahora.
Beso la flor tratando de que eso me lleve a donde estés para poder rozar tus labios con una tierna y sensual caricia, mis ojos se cierran y en mi corazón una punzada me transporta velozmente al momento en el que me dijiste que sí, en el momento en el que te dije que eras todo para mí y en el que tú me dijiste que querías caminar conmigo el camino que el destino había puesto para nosotros; ser compañeros de viaje, secuaces en esta loca aventura llamada vida.
Mi corazón se detiene un instante que parece durar una vida, mi respiración se entre corta en un suspiro que se debate entre la alegría, la esperanza y la melancolía, mis ojos permanecen cerrados, con miedo de abrirse a la luz que refleje tu ausencia, que me siembre en la realidad de que en este momento no estas aquí.
Tu recuerdo me da el valor, tu imagen tatuada en mi alma me da fuerzas y despierto de ese dulce sueño… Y no estás, no te tengo conmigo, sin embargo el corazón no duele, pues sabe que en donde estés o a donde vayas piensas en mí, me extrañas, me amas… Tal vez un poco menos que yo a ti, pero esa seguridad me basta para mirar al cielo con ilusión y esperanza.
Dejo la rosa en ese césped que un día fue la cama donde repasaron nuestros corazones, entre sueños y risas mientras nos amábamos con inocente y tierno cariño; lanzo miles de suspiros al viento pronunciando tu nombre y sigo mi camino con paso firme, con confianza, con ilusión.
El viento acaricia mi cara trayendo con él tus besos y caricias, tus tiernas palabras de cariño que también mandas desde el horizonte; por ahora nuestros cuerpos están separados, pero nuestras almas están unidas, fundidas en una sola, en un lazo que crece cada día, cada momento, cada instante; cada vez que pienso en ti.
La promesa de un mañana a tu lado, de una vida de despertar entre tus brazos, de una eternidad de pertenecernos uno al otro, se siente en el aire y nos mueve a sonreír sin intención, a dormir tranquilos y a despertar alegres, sabiendo que el amor existe; y estoy convencido de que existe pues lo he visto, lo he sentido y lo he besado.
Lo experimento con cada fibra de mi ser, con cada gota de mi sangre, con cada aliento de mi alma, con cada latir de mi corazón, pues en cada latido mi corazón dice tu nombre, con cada latido sólo dice: Lily.