Un adiós inesperado…
Aquella mañana en que la que te fuiste a trabajar, solamente me tomó un par de segundos para decidir dejarte esta vez para siempre, ahora era yo la que se habÃa cansado de tantas despedidas, de ir y venir con un futuro tan incierto, de mirar a través de las ventanas, suplicándole a la lluvia o la noche que no te fueras, estaba harta de mirar al cielo esperando un milagro, de intentar cerrar cicatrices que parecÃa que se volvÃan permanentes… No,ya no podrÃa estar un dÃa más a tu lado, estaba cansada de tus infinitas excusas.
Te dejé sobre el buró las estúpidas fotografÃas que habÃas guardado en una caja, el anillo me lo quité del dedo, sólo era una tonta atadura a ti y no, yo no querÃa atarme a nadie y menos a ti; también te dejé sobre la cama la sudadera que me regalaste en aquel cumpleaños, tomé mis cosas tan rápido como pude y quise darle una última mirada al cuarto… Pero llegaste, no escuché cuando entraste a la casa, siempre tenÃas esa manÃa de no hacer ruido con las puertas, y como si lo presintieras te deslizaste suavemente a la habitación, yo corrà hacia ti maldiciéndote, golpeando tu pecho con firmeza, hasta que los dos nos encontramos en ese abrazo, tus manos tomaron mi cara y me dijiste:
– Quédate– me rogaste, desesperado, mirándome con esos grandes ojos, impregnados con lágrimas que no dejaban de salir…
–Sabes que no puedo– ,te alejaste bruscamente de mÃ, odiándome, preguntándote una y mil veces porqué…
– Necesito que te quedes- me suplicó una vez más, llorando cada vez con más firmeza, agobiado, su pelo estaba descuidado, casi tanto como su persona.
–Necesito que entiendas, que no podemos volver a vernos, necesito que entiendas que lo nuestro ya no puede ser.
-El gritó, una y otra vez maniático de dolor. –¡No puedo! ¡No quiero!– se negó el, aturdido por las palabras que jamás pensó que escucharÃa de mis labios.
… La mujer que más habÃa amado y que ahora lo rechazaba, ella lo habÃa acompañado en sus peores momentos, le habÃa enseñado los deslices más imperfectos de la locura y el amor.
Cerré los ojos por un momento, mi cabeza empezaba con esas malas jugadas, como esperando que mi corazón desistiera de esta tonta idea, pero no, era inevitable; tenÃa que dejarte en este momento, solté tus manos por inercia, como si lo hubiéramos planeado desde un principio…
–Sabes que te amo, más que a nada – (él parecÃa no mentir o quizá era el pretexto perfecto para que me quedara).
–No puedo – le dije, mientras lo tomaba por las mejillas, acariciándolo y ahora yo le secaba las lagrimas – Yo ya no puedo hacerte sentir feliz…
Sus brazos me soltaron y su cuerpo se dejó caer sobre la cama, el lloraba cada vez con más firmeza. Un llanto fácil de escuchar, complejo de calmar,me agaché y le besé la frente. –Perdóname- le dije mientras cogÃa mis maletas…
Y fue asà como me alejé por la puerta donde tantas veces yo lo vi salir, no podÃa quedarme con alguien que ya no estaba ahà conmigo, simplemente no podÃa seguir su agobiada rutina, cuando el meses atrás ya habÃa soltado mis manos por tomar otras…