Un amor hermosamente informal
Antes de que empezáramos a sumar noches a nuestra “historia”, le dije que sólo estaríamos juntos hasta que notara que él estaba queriéndome demasiado.
Mi vida nunca iba a tener algo formal. Lo mío era el desorden, la informalidad en su estado más puro. Ése era mi límite: «el amor nunca le gana al auto control»; porque lo que todos llaman AMOR; te gobierna y te hace perder el control de tu vida por completo, dejándote en jaque, ante la jugada más simple de un peón.
Algunos soles después, me dijo que me amaba, escribió esa frase en todas las moléculas de oxígeno que me rodeaban, y así, abatida en un rincón de la habitación, me dejó sin poder respirar.
Empujé cada “te amo” lejos de mí, de forma violenta, y corrí lo más remotamente posible, a un lugar donde aire sobraba, pero carecía en su entereza de cualquier cosa parecida al amor. Días después reapareció tocándole la puerta a mi soledad, pidiéndole permiso para hacerle compañía, prometió quererme informalmente, y desordenar nuestra habitación cada noche antes de irnos a dormir. Prometió no llamarme «mi novia», ni festejar nuestros aniversarios cada mes, también me rogó, que no le pida que olvide san Valentín, pero me dio su palabra que en lugar de chocolates y bombones iba a regalarme gomitas y tardes a su lado.
No caminaremos nunca de la mano, pero me juró que tendría la suya cada vez que la necesite. Informalmente, me propuso ver películas de amor, hacer guerras de harina mientras cocinamos, y robarme besos impensados. Me confesó que ésta no era su forma de amar, pero que veía en mí una locura especial. Me afirmó que yo estaba hermosamente trastornada, y que informalmente, no podía dejar pasar algo tan horriblemente perfecto…
Nuestra historia no sería como la de Romeo y Julieta, iba a ser mucho mejor…