Carta: A un paso del olvido 3/3
Septiembre de 2016
Ya han pasado los meses desde la última vez que hablamos de frente ¡al fin! debo confesar que era uno de mis más grandes deseos desde que abril acabó… desde que lo nuestro acabó. Toda esta situación me tenía desgastada. No era el simple hecho de tu ausencia, eran muchas cosas más que mantenían mi mente inundada de preguntas sin responder.
Preguntas de todo tipo, desde cómo se suponía que debía actuar, hasta qué era lo que se suponía que sentías tú por mí. Ya sabía la respuesta a lo último, Nada, ni más ni menos que eso; pero, en ocasiones me confundía por algunas cosas que hacías o decías, creía que quizá sólo te costaba mostrar afecto.
Y con lo poco o mucho que logré conocerte, descubrí una parte de ti que realmente me gustaba. Sé que piensas que ser indiferente y seco hace que las personas se mantengan interesadas por ti, lo aprendiste una vez que te rompieron el corazón, pero eso no fue lo que me mantuvo esperando una llamada tuya.
Lo que me mantenía interesada por ti, eran esas pequeñas muestras de afecto que relucían cuando estábamos solos, eran aquellas frases que torpes salían de tu boca cuando me hacías un cumplido, por mínimo que fuese. Era también cuando tomabas mi mano, besabas mi hombro o me abrazabas; cuando me pedías que no me fuera de tu lado, aunque sólo te refirieras a no abandonar la habitación.
Era todo aquello que representabas tú, incluso estando fuera de tus cinco sentidos. Todo lo que no te guardabas, lo que no temías a expresar. Y sé muy bien que en esta etapa de tu vida sólo querías divertirte y creíste que yo quería intervenir en eso, pero nunca fue así.
Y aunque fue corto el tiempo, puedo ser sincera y decirte que realmente te quise. Te quise incluso cuando no debí, cuando me frenabas con tu forma de ser, cuando me pedías sin palabras que me alejara de una vez.
Ahora te agradezco de todo corazón el haberme buscado para cerrar el ciclo, aunque sé que no te gustan ese tipo de pláticas. Gracias por hacerme entender que no eras todo aquello que pensaba, que no había nada detrás. No era que tuvieses miedo, o que te costara mostrar afecto, ni siquiera era que esa fuera tu forma de querer.
Entender todo eso después de aquella plática, después de un respiro, me hicieron llegar a este punto. Este punto en que sólo puedo darte las gracias por todo lo ocurrido, bueno y malo. El punto en que ya no ocupas mi mente ni me duele decir tu nombre. Este magnífico punto en el que me siento tan en paz, tan tranquila y feliz.
Me hubiese gustado conocerte en otra etapa de mi vida y no en aquella, cuando estaba tan vulnerable. Pero todo pasa por algo, y gracias a ello aprendí tantas cosas…
Espero que en algún momento podamos volver a tratarnos y ser amigos, aportar buenos momentos el uno al otro.
Gracias por ser una de las razones por las cuales logré soltar mi pasado y comencé a avanzar.
Y sobre todo…