Cuando te des cuenta de mí; yo ya no estaré ahí
Siempre estuve ahí para ti, durante varios años fui tu amiga, hermana, compañera, cómplice, fui la incondicional, la que nunca te dio un “no” por respuesta, la que escuchaba tus problemas, aunque en el fondo estuviera peor que tú.
Nunca te pedí nada a cambio, pues con estar conmigo y compartir tantos momentos maravillosos fue suficiente para mi, o mejor dicho, “era” suficiente. Hasta que cometí el peor de los errores: me enamoré de ti.
Caí sin redes hasta el fondo de ese sentimiento, no tuve armas para defenderme, ni siquiera lo vi venir. Para mí eras sólo mi mejor amigo. Y para ti siempre fui únicamente tu mejor amiga.
Estuve a punto de confesarte lo que sentía el día que llegaste emocionado a mi casa para contarme que ya tenías novia. Fue un duro golpe a mi corazón, no me lo esperaba. Y sólo me quedó escuchar, escuchar y felicitarte, aunque por dentro me muriera de celos.
En realidad yo no era la chica de la que todos se enamoran. Nunca fui popular, presumida, ni me vestía a la moda. Jamás destaqué por mis excelentes calificaciones, o por ser sociable y hablarle a media escuela, pero precisamente eso era lo que te gustaba de mí, pues compartíamos la misma forma de ser.
No sé en que momento te comenzaron a agradar las chicas populares, esas que socializan con todo el mundo, las porristas que siempre se convierten en reinas del baile. Las bonitas a las que todos los hombres acechan. Entonces, supe que no podría ganar esa guerra. Jamás estaría a esa altura, jamás llenaría tus expectativas. Pero aún así seguí siendo tu hombro para llorar, seguí siendo tu amiga incondicional.
Continuó pasando el tiempo y me convertí en testigo silencioso de toda tu historia amorosa. Viví en un infierno callando lo que llevaba dentro. Un día por curiosidad me besaste, y lo que para mí fue el mismo cielo, para ti sólo fue un experimento. Era invisible ante tus ojos, la chica que sólo ocupabas para dar celos, para platicar, bromear, hacer las tareas, pedirle consejos sobre mujeres, pero jamás me pude convertir en esa mujer que te robara el corazón.
Mi límite fue cuando sufriste esa decepción amorosa que te marcaría fuertemente. Te miré llorar noche tras noche sentados en el balcón de mi casa. Te escuché por teléfono varias madrugadas, cuando te emborrachabas y necesitabas hablar con alguien. Lejos de dolerme comenzaba a molestarme, comencé a hartarme de esa situación. La gota que derramó el vaso fue cuando juraste volverte un cabrón y dedicarte a jugar con las mujeres, a utilizarlas sólo para tu antojo.
Y fue así como terminaste por destrozarme el corazón. Argumentaste y afirmaste que “todas las mujeres éramos iguales”, cuando nunca me miraste a mí, cuando nunca me diste ni la más mínima oportunidad de demostrarte que estabas equivocado.
No pude soportar más y una semana después acepté mi derrota. Esa guerra en la que peleé por tantos años había terminado, no lucharía más. Levanté mi bandera blanca y me marché.
Hoy se cumplen 4 meses desde esa noche que me despedí de ti, pues me ofrecieron una gran oportunidad de trabajo que no pude rechazar.
Los primeros 2 meses no supe nada de ti. Fue cuando terminé de comprobar la dura realidad: Yo no era importante en tu vida, no te hacía falta en lo absoluto.
Pero después la situación cambió.
Muchas noches me llamaste, pero no contesté. Mi bandeja de entrada de correos se saturó de mensajes tuyos, a los cuales nunca respondí, es más, ni siquiera los abrí. Mensajes de texto, mensajes a mi red social, de la cual terminé por bloquearte. Necesitaba tiempo para purificarme de ti.
Y hoy, me entero de que me buscas desesperadamente, que no puedes vivir sin mí, que te diste cuenta que soy parte esencial de tu vida, que abriste los ojos, la mente y el corazón, y que te arrepientes porque dejaste ir al verdadero amor.
Pero ahora para mi no hay marcha atrás, mi decisión de comenzar una vida sin ti continuará firme, pues sé que quizá lo que te ciega y te confunde es la soledad, el no tenerme ahí como tu hombro, como tu apoyo, tu pañuelo y confidente incondicional.
¡Pero oh, querido amigo! Muy tarde me has buscado ya. Pues recuerda las palabras que con lágrimas en los ojos te dije esa noche al despedirme y que en su momento no comprendiste:
“No tardes mucho, pues quizá cuando te des cuenta de mí, yo ya no estaré ahí”.