Humanos en serie
Lo he escuchado más veces de lo que quisiera recordar, el ya famosísimo: “Pero te vas a morir de hambre”. Sí, con esa carita de preocupación, un poco de asco y también un poco de lástima. Realmente ya no sé que contestar, ahora me lo tomo a broma, me río un poco y les digo que no me molesta; ya perdí todas las ganas de argumentarle a alguien por qué quiero hacer lo que quiero hacer.
Es difícil vivir en esta idea del estereotipo del estudiante de humanidades. Tengo que confesar que me ha pasado conocer gente y que en verdad me digan que esperaban algo distinto, ¿distinto a qué?. Es enteramente triste saber que la gente ya se cree moldeado en serie. Y luego viene la pregunta del millón, unos ya ni siquiera llegan a ésta y cambian de tema admirablemente, pero otros sí se la avientan: “¿Y arte para qué?”
La respuesta a eso siempre es muy sencilla “No lo sé” y es verdad, no lo sé con exactitud, pero sé que amo la sensación que me provoca el arte, amo ese sentimiento de plenitud que hace que todo caiga donde tiene que caer o que se mueva de donde estaba.
Mierda escénica por todos lados, la gente ya hace todo con el afán de impresionar, de ganar de dinero y de lograr una foto perfecta para el Instagram. Eso es lo que mueve al mundo ahora, pero cuando la gente me reprocha por qué no fui médico o ingeniero no se da cuenta que no hay que arreglar al mundo, al contrario, hay que arreglar al ser humano. Hay que humanizar al ser humano, hay que recordarle por qué es tan pequeño y su intelecto puede ser tan grande.
Ninguna actividad artística es un hobby, no podemos quitarnos el cerebro y simplemente dejarlo remojando, siempre está ahí trabajando, dando vueltas cada idea y debemos hacernos responsables de cada pensamiento. Puede ser que me equivoque, sin duda, pero la cosa es que el arte nunca es perfecto, nunca debe ser predecible, al contrario;
El arte debe ser arriesgado, explosivo y abrumador.