Publicado en abril 10th, 2015 | by Alan Y. Reyes
No sólo cambiaste tú, también cambié yo…
Aún recuerdo cuando te acercaste aquella primera vez con tu mirada inquieta y tu paso inseguro. Llegaste hasta mí con esa voz temblorosa que por dentro me sonrojaba y me hizo sentir que había algo especial a pesar de tus alardes. ¿Cómo olvidar esas largas charlas que teníamos sintiendo que el tiempo corría de prisa mientras nosotros queríamos alargar cada segundo?
Aún recuerdo el sabor de aquella primera caja de chocolates que me regalaste, mil y una carcajadas y una que otra lágrima de felicidad que se escapaba por mi mejilla ante esas palabras que yo quería escuchar, mas no sé si eran verdad. Tantas tardes resplandecientes de primavera hasta llegar al otoño sin apresurar ni un sólo instante para poder disfrutar de tus labios mientras me atrapabas en un fuerte abrazo.
¿Cómo olvidar cuando te presenté con mi madre y mi familia, si hace apenas unos días querías formar parte de ella? Pero la pregunta que realmente me aqueja noche a noche es; ¿Dónde quedó aquel ser que me hizo sentir tanto y a la vez, ser feliz tan poco?
Al paso del tiempo tu indiferencia fue en aumento, no sé si tenías mucha seguridad de que a tu lado siempre iba a estar o tal vez sólo fue un espejismo lo que me mostraste aquella primera vez pero, ¿lo ves? Hoy ya no estás conmigo y eso lo supe desde antes de terminar, pues sentía tu presencia más no tu esencia, que se iba diluyendo cual pastilla efervescente en un vaso con agua.
Tú cambiaste o quizá nunca lo hiciste, pero esa careta que mostraste al querer estar conmigo, te funcionó. Y digo que te funcionó porque así como me enseñaste a amar, también me enseñaste a perdonar y a olvidar.
No, no sólo cambiaste tú con el tiempo, porque aquellos «te amo» que te dediqué hace centenares de palabras, se convirtieron en agradecimiento y no, no fue por enseñarme a amar, fue porque cambiaste y a la vez… yo también cambié. Hoy soy más fuerte de lo que antes fui.