Tu reflejo en mí…
El día de hoy me vuelvo a levantar antes de que suene el despertador. No me he dado cuenta si desperté pensando en ti, o mi primer pensamiento eres tú. Me arreglo para salir a trabajar, mientras manejo, escucho canciones programadas al azar y sigo pensando en tus facciones, tu mirada y tu sonrisa.
Durante la jornada laboral intento emular tu forma de ser: ¡Tan espontánea!, ¡tan amable!, ¡tan sincera! Y recuerdo cuánto he aprendido a tu lado en el difícil arte de la sensibilidad, de la compasión y de la dulzura.
Satisfecho, regreso a nuestra casa recibido por la sonrisa de mis hijos y escucho atentamente sus aventuras, sus vivencias. Mientras, recibo el cálido abrazo de cada uno de ellos. Ya es hora de jugar, reír y cansarnos hasta que caiga la noche y se queden dormidos.
Al fondo de nuestra habitación alcanzo a distinguirte a pesar de encontrarme a oscuras. Distingo esa pícara sonrisa, esos ojos intensos que descubren todo mi ser y percibo el calor de tus brazos en mi pecho, siento el latido de tu corazón. Mientras me acerco, la emoción de tenerte cerca de mí me embarga y avanzo un paso a la vez… Sigues ahí… Otro paso más, casi estoy cerca…
Al llegar descubro que sólo es mi reflejo en el espejo de nuestra habitación, no lo puedo creer… ¡Todo el día estuviste conmigo!
¿Qué me está pasando? Pongo las manos en mi cabeza mientras la razón me susurra que dejaste cada partícula de tu aroma y de tu ser esparcidas en mi vida, en mi ser. Marcaste tu silueta en toda mi piel que hoy me es imposible distinguir si es la tuya o la mía.
Mientras me desplomo en nuestra cama empiezo a comprender… No todo está bien.
Desde el día que partiste, mi corazón y mi mente nunca te dejaron ir. Hoy mi tristeza y mi felicidad coexisten sin que pueda distinguir cuál de ambas es el regalo o la pena que dejaste para mí, pero día a día tu reflejo en mi espejo me recuerda que nunca más seré yo…
Porque tu sigues dentro de mí.