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Historias

Publicado en julio 6th, 2015 | by Lau Saut

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Valió la pena la espera…

Estaba a punto de entrar al frío cuarto en ese hospital con tanto prestigio y antigüedad, de esa antigüedad que huele tan fuerte que hasta tienes la sensación de que la nariz está tan reseca que se parte.

Todavía siente la piel erizada al estar parado frente a la puerta principal del nosocomio, pero el anhelo lo impulsa.

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Y sí, esa nariz reseca no llega a romperse porque las lágrimas hacen su aparición y la hidrata.

Realmente la piel agradece esa acción y las absorbe rápidamente, no importa que estén saladas, ayudan.

Lo que no ayudó mucho fue el lento trayecto que recorrió para llegar a la habitación y aunado a ello, el piso tan resbaloso por lo pulido complicaba todo.

Lo bueno es que no soltó para nada ese bastón de cedro muy elegante.

Ese bastón que lo ha sostenido en los últimos veinte años.

Ese bastón que ha sentido su mano derecha como una lija que se aferra pidiéndole que no lo suelte.

Pero ya está ahí, a donde quería llegar y no por el lugar al que entraba, sino por la persona que estaba en la cama, intubada, pero viva.

Al detenerse frente a la puerta, observa que una enfermera sale de la habitación y le da los buenos días, él, inclinándose devuelve el saludo.

No emite ningún sonido porque fuera mal educado, no.

Sólo que no quiere causar alguna alteración por el sonido de su ronca voz, de la persona que está ahí postrada.

La enfermera sigue caminando por ese largo pasillo, pero va conmovida, ya que a pesar de ver a tanta gente entrar y salir de ahí, nunca había visto una mirada así, como la de esos ojos cafés.

– Si es verdad que los párpados de ese señor están caídos por la edad-pensaba ella.

Pero esa mirada tan melancólica fue lo que la conmovió…

– Se nota que fue un señor guapo, lo dicen sus facciones, su estatura y su porte- iba aún pensando en ello, hasta que dejó de hacerlo porque un Doctor la sacó de su reflexión.

Y prácticamente aún y cuando sólo lo vio por unos instantes, éstos bastaron para dejar en su memoria la imagen de ese anciano, sobretodo la mirada…

Esa mirada que ahora ya cambia un poco, porque va tomando fuerza para acercarse a la cama.

Va ese anciano incluso contando cada paso que da y que por fin lo hace llegar a su meta.

Lo primero que sus ojos cafés observaron, fueron esas manos delgadas y delicadas, hoy pecosas por la edad, que infinidad de veces lo acariciaron, detenidamente y prácticamente embelesado, sigue recorriendo el cuerpo de esa persona.

Aún y cuando la sábana tapaba la mitad de su cuerpo, de la cintura para abajo, no era difícil darse cuenta que era muy parecido a aquel que tantas veces besó y abrazó.

No podía tener el valor de mirar su rostro, ese rostro que nunca olvidó y a pesar de no verlo en vivo, desde cuatro décadas atrás, lo veía cada noche en sus sueños.

Ese rostro que alguna vez le pidió a gritos que no se fuera y él a pesar de saber que ahí se quedaba su corazón, sabía que tenía que alejarse porque su educación y sus responsabilidades, es más, quizá hasta su propio miedo o cobardía no le permitieron conceder ese deseo.

Respira profundamente y por fin se anima a verla…

El corazón late tan fuerte que hasta miedo tiene de morir en ese instante.

Coloca con cuidado su bastón junto a él pero siente que las piernas se le doblan, así que rápidamente lo vuelve a sujetar.

Como entró y se dirigió al lado izquierdo de la cama, pasa su bastón de la mano derecha a la izquierda y cuando siente que ya está estable, toca su mejilla e inmediatamente vuelve a sentir eso que pensó que ya había muerto, eso que sólo esa cariñosa mujer le había hecho sentir con gran intensidad: el amor.

Recorre su rostro como si su mano fuera un pincel y con el dedo índice toca la frente, las cejas, la nariz, la boca y cuando iba a tocar la mejilla izquierda, su amada abrió los ojos.

Quizá si eso hubiera sucedido algunos años atrás hubiera retrocedido de manera drástica, pero hoy ya no podía.

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Cuando vio los ojos de esa anciana se dio cuenta que lo veían igual que antes, esos ojos aún estaban llenos de amor por él.

Dándose valor, de quién sabe dónde, por fin pudo hablar y con una voz entrecortada le dijo:

Perdóname, fui un estúpido cuando te dejé ir.

Nunca te dejé de amar.

La hermosa mujer sonrió levemente y con una voz débil le respondió:

Lo importante es que estás aquí.

Y haciendo un gran esfuerzo levanta su mano y toca la de él y continúa diciendo:

Sabía que ibas a volver, porque cuando el amor es de verdad, no importa el tiempo que se lleve en encontrarse a la otra persona, porque el amor verdadero va más allá de lo físico, porque el amor cuando es eterno regresa y yo siento tu amor como la primera vez; como si el tiempo no hubiese pasado y soy feliz porque puedo volverte a decir viéndote a los ojos: TE AMO.

Y aquel anciano vio como poco a poco los párpados de su amada se iban cerrando pero antes de que se cerraran totalmente, él le dijo: YO TAMBIÉN TE AMO.

¿Ves amor? dijo ella con una voz aún más débil… Valió la pena la espera.

Soltó su mano y el ruido del monitor cardíaco ya era continuo.

El amor de su vida había partido.

Dedicado a aquellas personas que por miedos, temores o prejuicios dejan ir al amor de su vida.

Laura Saut.

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